Otra vez
Me senté al lado de ella antes de que se fuera. Hacía un fresco rico en Monterrey, nada que ver con el horrendo aire glacial de Madrid. Mi padre estaba terminando de limpiar la cocina y nosotras nos habíamos dejado caer en el sofá. La sala olía a hoja de tamal recalentada, café con leche y cera de vela. Crucé los brazos encima de mis pechos y me acurruqué contra su cuerpo. El suéter negro que llevaba puesto olía a humedad y polvo. Nunca he sabido bien a que huele ella, tal vez porque de ella no me atrae su aroma, sino lo que me hace sentir. Nunca se lo he dicho, pero me siento protegida, mimada, como si sus abrazos pudiesen borrarme todas las heridas y un roce de nuestros cuerpos me llevara a tiempos más felices. La quiero mucho, carajo, la quiero mucho. Pero no puedo dar otro paso en falso, no quiero formar promesas que no se van a cumplir, no porque no quiera; es que los kilómetros y el mar son demasiado. Así que me conformo con tenerla por un...