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Mamá siempre decía que eramos historias.

Que los humanos, cuando nacíamos, estábamos llenos de palabras; sueños, hazañas, miedos y dudas; preescritos por algo más grande que nosotros.

Madre también decía, que nuestras historias nos hacían únicos, hacían que otros nos quisieran.

Pero todo eran mentiras.

Y sé que lo son porque me veo al espejo y me devuelve la mirada un chico de cabello largo, con ojos demasiado grandes y labios pequeños.

Veo sus ojeras color tormenta y la barba musgosa que le empieza a salir. No hay párrafos, ni páginas, tampoco puntos o comas.

Aunque me gusta asomarme al espejo un buen rato; porque aparece lo real: palabras, hojas rasgadas, manchas de tinta y rayones. La piel del muchacho reflejado en el espejo chorrea letras.


Sí, mamá estaba equivocada, no somos historias; somos fragmentos.

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