Se van
Me hago bolita bajo las sábanas porque me da vergüenza.
Cristina dice que está bien, que es normal, que lo merezco.
¿Merecer?, ni que estuviera tan desesperada.
No es eso, dice ella. Es que te mereces sentir.
Sus palabras me retumban en el pecho y suspiro y suspiro y suspiro.
Porque no quiero llorar.
Porque es triste aferrarme a ilusiones, a espectros ocultos en corazones de Instagram y likes de Facebook.
Hundo la pala en la tierra de mi memoria, estoy ansiosa por buscar indicios, razones, motivos para que hayas aparecido así. No, no de la nada, pero de repente.
Como si el silbato del tren de la nostalgia te hubiese recordado que yo existía, que no era tan invisible como pensaba, que no era una sardina más en el campus.
Saco el celular e ilumino el mundo bajo mis sabanas. Se está tibio aquí, allá afuera hace frío, frío...¿una vez me llevaste un café a clase? creo que era enero, ¿o sería febrero?
Me pusiste el café frente al pupitre y yo me puse roja, como siempre. Dijiste que no era nada, que no tenía que pagártelo.
En ese entonces mi corazón echó a correr de emoción un ratito.
Pero estoy leyendo lo que escribo y me siento patética. Porque no soy como los demás, no pienso en sexo en una primera cita, mucho menos en una cuarta. No me gusta la sensualidad ni los besos antes de tiempo. Soy patética, romántica.
Me gustan las caminatas por el parque y andar de la mano. Los chistes tontos y las pláticas filosóficas, me gusta hablar de libros y pasado y comida.
No soy como los demás, ni como los especiales o sobresalientes.
Soy solo yo.
Y esto mucho que soy.
Suele siempre ser demasiado.
Tanto, que a muchos les asusta, siempre les asusta.
Por eso se van.
Y yo sigo mi camino.
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