Por encargo

Este cuento lo hice para el mejor amigo de uno de mis primos, que está en Colombia. Nunca nadie me había pedido algo así. Me puse muy nerviosa cuando lo estaba escribiendo, jajaja en fin. En esto resultó.




Son las seis de la mañana. Aquí las campanas no me despiertan como en México. Escucho los pisotones de los hermanos por el corredor, primer día de clases y se me ha hecho tarde. 

Aquí todo es diferente. Desde el desayuno hasta la comida. Para el tercer día en la escuela las lentejas me estaban empezando a cansar. Ese día fue cuando conocí a Jairo, mi mejor amigo. 
—Si ven que no comes te van a volver a poner el plato mañana —dijo viéndome por el rabillo del ojo, aguantándose la risa
—Que mentiroso eres.
—¡Es verdad!, la semana a pasada el superior castigó a Daniel por no comerse sus lentejas.

Él se rio al ver la cara de fastidio que hice y yo me reí también. 

Tenía muchos amigos en México. Nos gustaba jugar fútbol en el recreo y hasta darnos empujones nada más para ver quien era según el más fuerte. Pero con Jairo y estando en La Cumbre todo era diferente. 

Como yo era el nuevo, los hermanos no me dejaban jugar fútbol porque los equipos ya estaban hechos. 

—¿Y tú que, Tata?, ¿no juegas? —le pregunté a mi amigo sentándome a su lado. 
—No —dijo sin levantar la vista del enorme libro de solapas cafés que le tenia hipnotizado— en las noches hago tarea, así que solo puedo leer en el recreo. 
—¡Ay, que aburrido! —al ver que no me contestó me ganó la curiosidad— ¿que estás leyendo? 

Yo era muy inquieto, bueno, eso siempre decían mis maestros en la escuela de México. Y cuando me fastidiaban yo me defendía, nadie me iba a hacer sentir un menso. 

—Tú solo te metes en líos —mi amigo asomó la cabeza por la ventana y me sonrió— te dije que el superior te iba a castigar por andarle pegando a los otros. 

—¡Me vale! —le saque la lengua— lavaría hasta el piso de la capilla, ¡no!, todos los baños de la escuela yo solo con tal de callar a esos mensos. 

—Son tus hermanos, tienes que acostumbrarte. 

—¡Nombre!, esos niños sólo me fastidian. 

Jairo se rio de mi y abrió la puerta del baño de niños, se sentó con las piernas cruzadas contra la puerta y empezó a dar palmadas en sus piernas. 
Después de eso cada castigo que me ganaba era menos aburrido cuando lo hacía entre canciones y risas. 

—Si es una travesura y termino en un lío por tu culpa… —me amenazó Jairo pasando por encima de una planta de hojas largas. 
—No seas sonso, ni que estuviéramos escapándonos de la escuela —el patio de juegos era bastante amplio para sentirnos exploradores o piratas o ladrones y a mi me gustaba sentir que estaba en un cuento donde el premio era un tesoro. 
—¡Ahí está! —me empujó emocionado y se acercó al montón de tierra con una banderita de color rojo. 
—Te dije que no era una travesura. 

A lo lejos se oyeron las campanas para ir a clase. 

—¡Perate, no te vayas! —saqué de detrás de mi espalda un paquete mal envuelto. No era bueno cuando hacía las cosas a las prisas. 
—¿Y eso?
—¡Feliz cumple años! —le tendí el paquete y le di un empujón en el hombro— los mejores amigos se dan regalos o tesoros en este caso. 

Cuando ya no escuchamos voces ni risas de los otros hermanos corrimos de vuelta a nuestro salón, fuimos los últimos en entrar y el maestro llegó pisándonos los talones. 

Nos escurrimos hasta nuestros pupitres y yo fingí prestar atención. 
—Gracias, Guri —dijo Jairo en voz baja— eres mi amigo favorito. 
—¡Ora si! —le solté un manotazo en el brazo mientras él se reía—, ¿te burlas de tu mejor amigo? 

—¡Pues muy mejor amigo pero sin hablar! —el maestro caminó hasta mi pupitre y me dio un tirón de oreja— ¡Castigado otra vez por platicar en clase!

Todo el salón se rio de mi como siempre, menos Jairo, él ya estaba leyendo la primera página del libro que le había regalado.

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