Planta

La noche de nuestro primer aniversario, Antonio derramó su copa de vino sobre los chiles en nogada. 

Agarré una servilleta pero mi amor ya estaba limpiando los restos del vino derramado y no me atreví a interrumpirlo. 

Era tan atento, mi amor bello. 

Nos habíamos conocido en el funeral de mi tía Norberta, él llevaba su traje de divorciado impecable y yo mi vestido de luto recién planchado.

Mi amor se volvió a sentar a la mesa; le sudaban las manos y la frente le chorreaba como si hubiese corrido dos kilómetros sin parar.

Pobrecito, mi amor. 

A veces me preocupaba ver como iba perdiendo el color y le temblaban las piernas cuando caminaba.

Pero el médico dijo que no era nada, que era el hombre de cincuenta años más sano que había atendido.

Entonces, cuando por fin le dejaron de sudar las manos me levanté de la mesa para ofrecerle una taza de tecito; porque bien raro, tía Norberta tenía un jarrón lleno de florecillas blancas con bolitas espinosas y desde que nos conocimos, Antonio no había dejado de tomarlo.

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