Agosto
Te sentaste al borde del asiento y la viste.
Su melena rebelde, esos rizos que lanzaban destellos dorados en las puntas, ahí donde el sol de verano se lo había aclarado.
Era el final del solsticio y el calor de Agosto te hacía gotear hasta por los antebrazos.
Más bien era su danza. Sus ojos cerrados, labios entreabiertos y una sonrisa a medio camino; te hizo sudar el movimiento de sus caderas, la risa que lanzaba cuando chocaba el cuerpo con el del resto.
Podía ser tuya, lo sabías, un sencillo empujón bastaría para tomarla por las caderas y acercarla a tu cuerpo. Un simple susurro en su oreja y un par de besos en el cuello que la convencerían.
Sí, era una reina. Lo supiste estando sentado al borde del asiento, en el momento en el que te convenciste de dar el primer paso.
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