Ficciones impares
Nada de esto es real, nunca pasó. O puede que sea un secreto, un chisme, un recuerdo. O puede que, como ya he dicho: esto no sea real.
Veo a una chica andando por las escaleras. Tiene el cabello debajo de los hombros y lleva una chaquetilla roja.
Veo a Rosana diciéndole que si es emo por el delineador negro que lleva ese día y que esa misma mañana la había hecho sentir bonita.
Escuchó los susurros:
"Se acostó con él".
"Es una zorra. Una puta".
"Sí, a mí también me contaron. Pobrecilla, esta obsesionada con él".
La veo a a ella; no a la chica de la chaquetilla roja; a la otra, de la mano de él.
Los miro y pasó de largo.
Veo a los que eran mis amigos, de nuevo escucho susurros.
Me veo sentada en el último piso de la prepa: ese donde nadie tenía permitido subir.
Observo a todos desde arriba.
Veo a mi madre preguntándome que me pasa y yo solo lloro.
Sabía dónde se había ido a meter.
Les mentí a mis padres, a mí misma, a los psicólogos.
Pensé que acostándome con él y dándole lo que quería por fin tendría novio:
Por fin me querrían
Me amarían
Me desearían...
Pero no fue así.
Era un puberto:
Penetró.
Se movió dos veces.
Le dolió.
Acabó.
Salió de ella.
Y escupió: vístete.
Justo ahí se derrumbaron los cuentos de hadas, los príncipes azules y las princesas enamoradas.
¿Y yo ?—pensé— ¿esto es el sexo?, ¿Esto es lo que todos disfrutan?
Me senté y me puse una máscara. La primera, la que inició todo, la que desató el monstruo que vive en mi.
Se hizo la fuerte: fingió. Se creyó mejor que él.
Vestida, se sentó en su cama y él se sentó frente a ella
—Le pediré a Rosana que sea mi novia —soltó.
No recuerdo lo que dije luego de eso o tal ves no quiero recordarlo.
Al llegar a casa su máscara se rompió. Y los diecisiete años le pesaron como si hubiese vivido más, como si los errores de sus vidas pasadas regresaran para atormentarla.
El agua caliente corría por mi cuerpo, me cubría la boca para no llorar.
Y mamá preguntó y preguntó y preguntó y ella jamás respondió.
Jamás confesé...
Hasta hoy...
Lo siento.
Veo a una chica andando por las escaleras. Tiene el cabello debajo de los hombros y lleva una chaquetilla roja.
Veo a Rosana diciéndole que si es emo por el delineador negro que lleva ese día y que esa misma mañana la había hecho sentir bonita.
Escuchó los susurros:
"Se acostó con él".
"Es una zorra. Una puta".
"Sí, a mí también me contaron. Pobrecilla, esta obsesionada con él".
La veo a a ella; no a la chica de la chaquetilla roja; a la otra, de la mano de él.
Los miro y pasó de largo.
Veo a los que eran mis amigos, de nuevo escucho susurros.
Me veo sentada en el último piso de la prepa: ese donde nadie tenía permitido subir.
Observo a todos desde arriba.
Veo a mi madre preguntándome que me pasa y yo solo lloro.
Sabía dónde se había ido a meter.
Les mentí a mis padres, a mí misma, a los psicólogos.
Pensé que acostándome con él y dándole lo que quería por fin tendría novio:
Por fin me querrían
Me amarían
Me desearían...
Pero no fue así.
Era un puberto:
Penetró.
Se movió dos veces.
Le dolió.
Acabó.
Salió de ella.
Y escupió: vístete.
Justo ahí se derrumbaron los cuentos de hadas, los príncipes azules y las princesas enamoradas.
¿Y yo ?—pensé— ¿esto es el sexo?, ¿Esto es lo que todos disfrutan?
Me senté y me puse una máscara. La primera, la que inició todo, la que desató el monstruo que vive en mi.
Se hizo la fuerte: fingió. Se creyó mejor que él.
Vestida, se sentó en su cama y él se sentó frente a ella
—Le pediré a Rosana que sea mi novia —soltó.
No recuerdo lo que dije luego de eso o tal ves no quiero recordarlo.
Al llegar a casa su máscara se rompió. Y los diecisiete años le pesaron como si hubiese vivido más, como si los errores de sus vidas pasadas regresaran para atormentarla.
El agua caliente corría por mi cuerpo, me cubría la boca para no llorar.
Y mamá preguntó y preguntó y preguntó y ella jamás respondió.
Jamás confesé...
Hasta hoy...
Lo siento.
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