Pétalos de café
Mi
amigo se acomodó los lentes y miró la foto.
—Es
guapa.
—Es
guapa —repetí— y no la soporto.
Jonás
suspiró y me devolvió el celular.
—A
ver, ¿tú has oído eso de que del odio al amor hay un solo paso?
—Pero
no es el caso, Jonás, en serio la detesto —apreté los puños—. A ella y su
asqueroso perfume de coco y su ridículo cabello rizado —me recargué en la silla—.
Voy a darme de baja en la escuela.
Él se
enderezó y casi tiró mi frappe y su café mocca.
—Blanca,
no jodas, no puedes hacer eso —dijo en voz baja— ¿vas a mandar a la mierda todo
tu trabajo por esa tía?
Puse
los ojos en blanco y alcancé mi vaso.
—Te
recuerdo que no entiendo tus expresiones castellanas.
—Mira,
normalmente apoyo tus…, ¿cómo dice tu gente? ah, sí: pendejadas. Pero esta vez
no —me quitó el vaso de la mano— no voy a dejar que abandones un sueño por
nadie. Menos por una tipa que se te puso enfrente, te habló con ojos de gato medio
muerto y dijo que estaba colada por ti.
—No
olvides el beso —me llevé un mechón de pelo detrás de la oreja— o los besos,
mejor dicho.
—Blanca,
se besaron dos veces. Dos veces. Bien pudiste besarme a mí y seguiríamos siendo
amigos.
—Lo
nuestro es diferente y lo sabes, pedazo de idiota. —le arranqué mi vaso de la mano y le
hice una mueca.
Mi
mejor amigo se dio por vencido y se paró de la mesa para acercarse a la vitrina
de postres. Tenía la vista fija en el interesante glaseado de los donuts y los
brazos cruzados sobre el pecho.
Él no
tenía la culpa de mi mierda, pero me espantaba lo bien que me conocía. Podía
llamarlo mejor amigo por todas las cosas que nos habíamos confiado y por la
simple razón de soportarme; no todos se atrevían a entrar al campo minado que
era mi vida.
Jonás
volvió con dos rebanadas de tarta de zanahoria: mi favorita.
—Perdona
—dije en voz baja mientras me ponía un plato delante— es solo que no sé qué
hacer. Y tampoco quiero que pienses que soy un fastidio o una molestia.
Se
sentó de nuevo frente a mí y me alcanzó las manos.
—Sabes
que no soy el más indicado para darte consejos de amor, Blanca. Pero sabes
que te quiero y lo que yo detesto es verte así: molesta, distante y callada. Tú
no eres así.
Empecé
a llorar.
—Soy un
asco, ¿verdad?
—Yo solo
quiero preguntarte algo —apretó más mis manos— ¿de verdad no soportas a esta
chica?, ¿o solo tienes miedo de lo que te hizo sentir?
Si
había empezado a llorar gotas ahora me salían olas de lágrimas. Jonás arrastró
su silla y se puso a mi lado para abrazarme. Seguro la gente pensaría que
estaba rompiendo conmigo o que me estaba consolando por la muerte de algún
familiar.
—Odio
que seas psicólogo —dije con voz rasposa— te metes en mi mente.
Él me
tendió una servilleta y rio un poco.
—No es
mi culpa que me escogieras para ser tu amigo, tu sabías que yo estaba loco
desde el principio.
—Perdón
por montar un teatro…—bajé la vista a la mesa y de pronto la tarta de zanahoria
me pareció más tentadora.
Jonás
acercó su plato y comimos en silencio.
—Tengo
una familia muy convencional —empecé a decir— esperan que haga cosas
importantes. Que me case y tenga hijos…—miré el trozo de tarta ensartado en mi
tenedor— imagina que les diga que…una chica me puede hacer sentir lo mismo que
un chico.
Espere
que mi amigo dijera algo, pero estaba atento a que yo continuara.
—Esta
no es la primera vez —dije llevándome el pedazo de tarta a la boca y hablando
con la boca llena—. Cuando estaba en la universidad una chica se me declaró,
pero yo soy muy torpe y no me doy cuenta cuando le gusto a alguien —me sonrojé—.
Y bueno, luego tuve una relación por internet con una chica de Chile, pero…
—Nunca
habías tenido una experiencia real —puso su plato vacío debajo del mío.
—Exacto.
Nunca había tenido a una chica de frente, ni la había besado o tocado —susurré—
y es lo mismo, las personas…eso somos. Quiero decir —dudé— al besarla me dio
igual que fuera una chica. La presión en el estómago y el pulso a mil fueron
los de siempre, los que siento cuando simplemente estoy…enamorada.
—¿Entonces
porque vas a tener miedo, Blanca? —suspiró— sé que los padres pueden ser unos
pesados y las familias del siglo pasado aún no comprenden que podemos amar a
quien se nos dé la puta gana. Pero no me parece justo que cuando el amor se te
ponga en frente tu debas alejarlo solo para complacerlos. ¿Cuándo vas a
escucharte a ti misma?, ¿cuándo vas a permitirte ser feliz?
Me quedé en silencio y apoyé la cabeza en el hombro de Jonás. El pasó su brazo por mis hombros.
—No sé
a qué le tengo tanto miedo —dije por fin— tú y Sebastián me dan envidia.
—Creo
que no es cuestión de envidia —sonrió— solo de encontrar a alguien por quien
valga la pena luchar.
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