Bonita

Hace un año o puede que más la alarma de mi despertador sonó.

Me vestí a oscuras, me pasé la mano por el pelo y salí de la habitación compartida. Todos dormían. Había mucho silencio, demasiado.

Recuerdo toparme contigo en la cocina, ambos nos miramos en silencio como pensando: "¿y tú que rayos haces aquí?"

Yo tenía diagnosticada depresión mayor. Empezaba recién a tomar medicamentos; nadie lo sabía, ni siquiera la chica que se parecía tanto a mi y que era mi confidente.

Esa mañana me dijiste que me sentara, que esperáramos.

No recordaba si había estado sola contigo antes; pero recordé aquel abrazo, ese que me diste cuando estaba derrumbada y frágil, cuando mi alma se sostenía apenas con plegarias silenciosas. Fue en ese instante, cuando me dejaste abrazarte y llorar que me di cuenta que sí, que te quería, que desde que te vi a lo lejos; del otro lado de la sala, riendo con tus amigos, habías entrado y no saldrías de mi corazón.

El silencio era incómodo, al menos para mi. Traté de llenarlo con preguntas tontas, cosas que no sabía de ti, deseaba conocerte, abrir esa mete tuya y comprenderte. Pero tu eras un muro frío y gris.

Al final te fuiste, me dejaste preocupada y con un silencio tan frío que ni un montón de sábanas podrían ayudar a calentar.

Hoy recuerdo esto porque pienso en ti, porque quiero dejar salir este sentimiento, dejarlo fluir, que me envuelva y luego me haga libre.

Hoy recuerdo lo mucho que me gusta el color de tus ojos y lo tonta que me vuelve tu sonrisa, tu voz.

Ojalá dejaras de ser un espejismo y estuvieras aquí; para así, la próxima vez que vayamos al cine, alargues la mano y entelases tus dedos con los míos.

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