Limonada color naranja.
–¿En serio? –dije poniéndole
el vaso de café en frente– me voy cinco minutos, cinco minutos para comprar tu
estúpido té de matcha, ¿y le sacaste
el número al barista?
Fastidio. Mi organismo
entero estaba lleno de berrinches, malas caras, deudas, peleas y cansancio.
–¿Qué?, ¿te dan celos?
Me senté a su lado y levanté
el dedo medio.
–Jódete. Pero tienes que
enseñarme tus tácticas de ligue. Seguro así me conseguiré una novia o un novio
guapo.
¿Cuándo fue la última vez
que me sentí yo mismo?, ¿tres meses?, ¿cuatro?
–No digas esas cosas. Sabes
que vendrías corriendo conmigo, nadie trae incluidos los beneficios que yo te
doy.
–Ya, pero debí leer entre
las líneas de tu instructivo para ver en qué mierda me estaba metiendo cuando
acepté coger contigo.
Listo, hasta ahí habíamos llegado.
–No seas sentimental, no sé qué
te pasa hoy, pero será mejor que cambies ese humor o mejor no vamos a la fiesta
de Anna. No pienso soportar tu cara de nalga toda la noche.
Extrañaba las caminatas por
la mañana. Las horas sin dormir por ver mis series favoritas o los animes que
estaban en emisión. ¿Por qué dejé eso de lado?.
–Yo –dudé un instante–
conocí a alguien.
Le di un sorbo a mi limonada
con melocotón y sentí como me sudaban las manos sobre el frío del pequeño vaso
de plástico.
–¿Y qué?, ¿quieres que te
haga una fiesta? –se rio– yo también conocí a alguien; al barista de hace rato,
a la señora que me vendió el desayuno esta mañana, deja de pendejear. Termina
de tomarte eso rápido que nos tenemos que ir. Por cierto, no sé cómo te gusta
esa bebida asquerosa, aunque bueno, tú eres así. No digo que des asco, un poco,
pero es que no eres normal.
–¡A la mierda! –dije dando
un golpe a la mesa con el puño– ¿quieres que te lo grite?
Silencio. Todos nos miraban. Me paré de la silla y me eché la mochila al hombro.
–Ya no te necesito. Me da
asco. Ay –dije fingiendo una sonrisa– no me hagas ese puchero, mira el lado
positivo, ya podrás coger con quien se te pegue tu puta gana.
Salí casi trotando del
lugar. Sentía mis orejas ardiendo. La luz en rojo me forzó a detenerme frente al paso de cebra. Solté
un suspiro y me revolví el pelo.
–Fuck…dejé mi limonada.
El celular me vibró en el
bolsillo de la chamarra y lo saque. Era una llamada de Blanca.
–Hola, bonita –contesté–
¿ah?, ¿qué cómo me fue? Bien, ya tengo material para la novela que estoy
escribiendo –me reí–. No, no te preocupes. ¿Llorar? que llore todo lo que
quiera, se lo tiene bien merecido. Oye, me invitaron a una fiesta más tarde,
¿vamos o qué?
Comentarios
Publicar un comentario