Canastos y manzanas

Para Migue.
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En ese punto del viaje Mikel seguía siendo un misterio para mí.

Me encontraba recogiendo manzanas y luchando por qué no se me cayera el carcaj cuando por encima de unos arbustos lo vi dando de comer a unos animales. ¿Eran un par de ciervos?

Me reí y me deslicé por el tronco del manzano.

Si lo veías a simple vista, Mikel podía intimidarte con facilidad, incluso pensarías que era de esos tipos que iban matando gente, saqueando casas y robándose a las hijas jóvenes de otros hombres.

Yo lo pensé, si, pero cuando sonreía, ese grandote lograba desarmar a cualquiera.

Estaba también su forma de hacerse fuerte en silencio, de aguantar el dolor hasta que nadie lo viera y seguir luchando con todo, incluso consigo mismo hasta el final.

Yo era algo así como el agua que corría en un río transparente y Mikel era como la nieve: estaba hecho de agua de lluvia, esa que había pasado por montones de lugares y había logrado llegar a las nubes; estaba hecho de fuertes vientos y de la mezcla de muchos colores; porque al final eso era el color blanco.

Era un buen compañero de viaje. Me había enseñado a distinguir un roble de una secuoya y a no cortar los geranios en flor.

Pero él, a diferencia de mi, llevaba bien oculto su canasto.

Yo llevaba el mío colgado a la espalda, oculto entre mi capa y con un par de hechizos explosivos por si alguien lo robaba.

Dentro de esos canastos, los seres humanos cargábamos con nuestro tesoro más valioso e íntimo: el afecto.

La gente podía quitar y dar lo que quisiera; pero muchos se aprovechaban de eso.

Yo le había regalado a Mikel una parte de lo que cargaba en mi canasto; se lo había ganado por tenerme paciencia y permitirme viajar con él.

Él nunca hablaba de eso, era como un tabú. Yo nunca insistía porque temía perder a tan buen compañero.

Sospechaba que alguna hechicera estaría detrás de todo el asunto. Estas se disfrazaban de humanas y mataban a los hombres tragándose sus canastos. O quizás estaba totalmente equivocaba y simplemente era cauteloso.

Pero no me importaba. Algo en mi interior, esa parte de mi que aún creía en la esperanza sabía que el lograría llenar su canasto, desempolvarlo y cargarlo sin miedo; me gustaría estar ahí para presenciar ese momento.

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