Mamá II

Hay una magia muy grande en los fármacos.
Sobre todo los instantáneos.
Los que te dan sueño pero te mantienen despierta. 
No feliz, ni tranquila, ni renovada, solo: despierta.

Esos que te hacen sentir menos robot, que apagan los pensamientos con un switch y te mandan a dormir casi todo el día. 

Fármacos que te hacen pensar despacio, analizar de a poco; esos que te quitan cualquier dolor que un masaje o una limpia nunca pudieron lograr. 

Pero los sentimientos siguen ahí. 

Acechando, esperando un momento de duda, de soledad, de abandono. 
Esperando que te preguntes  mientras cierras la puerta de tu casa detrás de ti, cuando podrás empezar ese nuevo capítulo de tu vida. Cuando. Podrás. Ser. Feliz. También. 

Así que enciendes las luces despacio, subes a tu habitación, te desnudas y te tumbas a ver Netflix sin prestar atención. 

Te sientes sola. 
La casa ya no te da miedo. 
Pero te sientes sola. 
Y sabes que la quieres a ella de vuelta. 
Quieres a mamá a tu lado. 

Porque ella estaría allí, al pie del cañón, abrazándote, dándote besos, no te dejaría, ni se alejaría de ti, tendría paciencia. Prepararía comida recién hecha todos los días y el resto para la semana.  

Te llevaría de compras, hablarían del chico de ojos de chocolate y su voz sensual, hablarían de los grupos que te gustan y se reirían mientras comen un helado. 

Ella entraría a probarse ropa a Sears y tú le aconsejarías; y si tuvieras suerte, te compraría ese perfume de Ariana Grande que llevas años queriendo. 

Quieres su voz, su risa, sus sonrisas, los besos en la frente, los apodos tiernos, los abrazos. 

Y es que es eso, ¿hace cuanto nadie te abraza?, ¿hace cuanto nadie te dice que eres una princesa, una reina, la más guapa, la más bonita? 
Ella lo hacía, te tomaba fotos mientras bebían un café, la subía a facebook, te presumía. 

Estaba feliz de que el ser que le tomó tanto tiempo engendrar estuviese vivo y pasara tiempo con ella y fuesen amigas y se contaran todo. 

Pero ese es el problema. 
Ya nadie toma fotos. 
Ni te llevan de compras hasta que se hace de noche. 
Nadie te habla como ella.
Nadie será nunca como ella. 

Sí, te sientes sola, en tu casa de cuatro pisos. 
Ya no tienes miedo. 
Pero es triste sentirte sola. 


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