Inicios con "A"

La mañana que desperté con rayos del sol en mi cara sentí mucho miedo; primero, porque vivía en un sótano interior y era imposible que entrara luz solar y segundo porque había un chico brilloso y semidesnudo durmiendo a los pies de mi cama.

Busqué con los ojos a la Señorita D.: no estaba. La cama donde ella dormía estaba impecable y fría.

Le pique el trasero al chico con el pie y se despertó de un salto.

–¡Hola! –dijo con una sonrisa y desperezándose– ya que has despertado deberíamos desayunar. ¡Nos esperan cosas divertidas esta semana!

Me levanté de la cama, ignorándolo. Llevaba dos días sintiéndome extrañamente relajada, pero no ver a la señorita D. me ponía muy nerviosa, ¿y si se había perdido?, ¿y si me dejaba sola de nuevo? 

Invité al chico a sentarse en una de las sillas altas de la mesa, le serví un plato de cereal con plátano y cuando me senté a su lado: sonreí; se veía adorable mientras jugaba con la fruta y los cereales de chocolate.

–¿Cuántos años tienes? –le pregunté mientras le limpiaba la leche que tenía en la nariz con una servilleta.
–Tengo quince años –sonrió y su piel comenzó a brillar de nuevo– me llamo A.

Emitía la misma luz borrosa que la señorita D.
–¿También eres un fantasma?
El siguió comiendo y negó.
–Soy una…¿entidad?, si, eso. Así nos llama el jefe.

No pregunté nada más. Para tener quince años el pequeño A simulaba doce o trece. Además su ropa no ayudaba en nada. Llevaba unas sandalias atadas con cintas y una túnica extraña, de esas salidas de los cuentos griegos.

–Nosotros somos representaciones de tu mente –dijo de pronto, como leyéndome el pensamiento–, así como la señora D. tenía figura fantasmal, un velo y vestido azul; yo soy lo contrario.
–Debo dejar de leer tantos libros –dije en voz baja– y dormir tan tarde.
–¡Estuvo muy rico el desayuno, gracias!

Se vaporizó y apareció luego sobre el sofá de la estancia, brillando aún más.
–Será mejor que te arregles, hoy será un día interesante.

Terminé de desayunar mientras A se entretenía flotando por mi pequeño piso; hurgaba en mis apuntes de clase o husmeaba en mis libros. Me hacía gracia verlo tan emocionado por cosas tan mundanas; además era divertido tener con quien hablar para variar. La señorita D solo permanecía sentada en silencio cuando estaba conmigo.

Cuando salí de mi habitación; me había puesto una blusa rosa y pantalones negros, A estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas; tenía en las manos uno de los últimos libros que había comprado y sonreía mientras leía la dedicatoria.

–¿Listo para irnos? –dije echándome la mochila al hombro y revisando que mi outfit estuviera en orden.
–Me gusta esta letra…–susurró– este libro es especial, ¿verdad? –me miró y el color de su brillo corporal pasó del naranja al rojo.
–Gracias a esa dedicatoria en tinta negra me siento mejor –hice un gesto con la mano–. Anda, luz de semáforo, párate de una vez o voy a llegar tarde.

En el trayecto A se la pasó revoloteando a mi alrededor. Estar con él me provocaba un sentimiento cálido; como si la nostalgia que llevaba cargando desde hacía meses estuviera acomodándose. 

En un momento, se me subió a la espalda, se agarró a mi cuello y me rodeó la cintura con las piernas. No pesaba nada.

Cuando subimos al metro noté que se había quedado dormido encima de mí. Vi nuestro reflejo en los vidrios sucios del vagón y sonreí. Ese mocoso me estaba regalando tranquilidad, balance; ojalá nunca tuviera que irse.

Al subir las escaleras de la escuela, A despertó.
–Me quede dormido…–su voz sonaba pastosa
–No pasa nada, A; haces ruiditos mientras duermes –me reí– ya llegamos a mi escuela, puedes…
–¡Permiso!

Salió disparado de mi espalda y atravesó la enorme puerta blanca de la escuela dejando una estela de luz amarilla.

Varios compañeros estaban ya en el salón; dejé mis cosas encima de la mesa y salí con la excusa de usar el baño; cuando en realidad tenía que ir a buscar a ese mocoso.

Lo que sucedió después me sigue pareciendo muy lejano, incluso puedo verlo cuadro por cuadro en mi mente.

A estaba flotando alrededor de una profesora, apoyándose en sus hombros. Sonrisas, brincos, emoción y un papelito color amarillo pegado en el despacho de mi profesora. La abracé llorando; A me regalaba una sonrisa de suficiencia del otro lado del escritorio.

Una parte de mí se preguntaba si ella podía verlo también, pues por un momento juré notar como ella miraba por encima de su hombro.

No tengo idea de quién es el jefe de A, ni de porque me permiten tenerlo conmigo; pero estos días a su lado se han convertido poco a poco en la fuerza que necesitaba para deshacerme del frío; las dudas, el miedo y la desolación que la señorita D. había dejado en mi cuerpo.


Justo ahora A duerme sobre mis piernas, le rogué que se quitara su túnica griega, pues me hacía echar de menos a mis amigos semidioses encerrados en mi librero; lleva puesta mi playera color celeste y unos pants azul marino. Sus rizos negros y su piel del color del café con leche me regalan el calor y la felicidad que tanta falta me hacía. 

Comentarios

  1. Nunca terminare de emocionarme con tus escritos.
    Atte
    Tu Papá.

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