¿HWYF?
Me abrazo las rodillas y subo el volumen de la voz de Ed Sheeran que suena en mis audífonos.
¿A quién trato de engañar? yo no soy como ellas.
No soy como esa muchacha con piel color canela; va de la mano de un muchacho lleno de pecas. Se paran en medio del camino y se regalan un beso. Ella le mira con los párpados caídos, adorándolo en el silencio de su mente.
Yo no soy ella.
La de esbelta figura y pechos suaves; de cintura contorneada y cabello largo.
Soy otra.
La que se sienta contra el árbol a escribir historias ajenas, irreales. Historias que jamás le sucederán.
Ed canta: "¿como te sentirías si te digo que te amo?". Y escondo el rostro en mis rodillas, odio que la gente me vea llorar.
Esa. Esto. Siempre he sido la que soy.
Guerrera y no princesa.
Amazona y no Diosa.
Esclava y no musa.
Soy la que recorrió los pasillos detrás de su reina, la esclava extranjera con talones partidos y manos maltratadas.
La que arriesgó su vida en batalla para los favores de Afrodita; favores que nunca llegaron.
La de cabello a lo paje porque ser femenina viene en el aspecto que una quiera y no el que los demás dicen que te va mejor.
Y la canción se repite, el pelirrojo canta y canta y yo me limpió las ridículas lágrimas.
Porque me he acostumbrado a esto: a ser invisible.
A ser la que sobra, la que está al fondo de la foto, al final de la fila y en el gentío que se sube al metro. Me he acostumbrado al fracaso, al desamor, el rechazo y a ser el pañuelo de lágrimas de hombres y mujeres. A ser la que no le dedican sonrisas, ni miradas, ni mensajes, ni interés; tal vez sea que no lo merezco.
Nunca he sido una flama y aún así me empiezo a extinguir.
Me sacudo los pantalones al levantarme y me envuelvo en mi chaquetilla color negro; el volumen de la música no se puede subir más.
Echo a andar con la mirada hacia el suelo, ocupando el puesto que me toca; procurando ser siempre invisible.
¿A quién trato de engañar? yo no soy como ellas.
No soy como esa muchacha con piel color canela; va de la mano de un muchacho lleno de pecas. Se paran en medio del camino y se regalan un beso. Ella le mira con los párpados caídos, adorándolo en el silencio de su mente.
Yo no soy ella.
La de esbelta figura y pechos suaves; de cintura contorneada y cabello largo.
Soy otra.
La que se sienta contra el árbol a escribir historias ajenas, irreales. Historias que jamás le sucederán.
Ed canta: "¿como te sentirías si te digo que te amo?". Y escondo el rostro en mis rodillas, odio que la gente me vea llorar.
Esa. Esto. Siempre he sido la que soy.
Guerrera y no princesa.
Amazona y no Diosa.
Esclava y no musa.
Soy la que recorrió los pasillos detrás de su reina, la esclava extranjera con talones partidos y manos maltratadas.
La que arriesgó su vida en batalla para los favores de Afrodita; favores que nunca llegaron.
La de cabello a lo paje porque ser femenina viene en el aspecto que una quiera y no el que los demás dicen que te va mejor.
Y la canción se repite, el pelirrojo canta y canta y yo me limpió las ridículas lágrimas.
Porque me he acostumbrado a esto: a ser invisible.
A ser la que sobra, la que está al fondo de la foto, al final de la fila y en el gentío que se sube al metro. Me he acostumbrado al fracaso, al desamor, el rechazo y a ser el pañuelo de lágrimas de hombres y mujeres. A ser la que no le dedican sonrisas, ni miradas, ni mensajes, ni interés; tal vez sea que no lo merezco.
Nunca he sido una flama y aún así me empiezo a extinguir.
Me sacudo los pantalones al levantarme y me envuelvo en mi chaquetilla color negro; el volumen de la música no se puede subir más.
Echo a andar con la mirada hacia el suelo, ocupando el puesto que me toca; procurando ser siempre invisible.
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