Canciones de Domingo
La Maga salió corriendo a buscar un palito que le lancé cuando vi por encima del grupo de chicos que tenía en frente.
Madrid se veía a lo lejos: su Palacio Real, sus edificios y un cielo con nubes que parecían pintadas por un niño de cinco años.
Cuando entré en aquel parque vino a mi mente la imagen de mi ciudad: La Estanzuela una mañana de Junio; pero en Madrid era Abril y Casa de Campo ahogaba sus propios sonidos. Las voces de la gente junto al lago no nos alcanzaban; el aroma a pasto húmedo, cerveza, limones, cebolla y pescado me parecían familiares.
Todo parecía normal; en orden, en paz. Miré a la gente que tenía a mi alrededor: amigos...sí, quizás podría empezar a llamarlos así.
Pero aquello me aterró.
Me aterró porque no quería que me gustara Madrid. No quería encontrar lugares que me hicieran sentir en casa, me rehusaba a verle el lado bueno a esa ciudad. Prefería ver una fotografía en blanco y negro en vez del cuadro de La Habitación de Van Gogh.
Entonces David Bowie cantó que podíamos ser heroes por un día; rebeldes en un mundo que se desmoronaba; parecía que podíamos sentarnos al sol a beber cervezas y reírnos de cosas que olvidariamos por la mañana.
Tal vez ya era momento, quizás valía la pena darle una oportunidad a Madrid, a España y su gente.
Me forzaba a no encariñarme porque terminaría regresando a mi tierra. Porque la despedida podría doler y yo era de las que si podía evitarse dolores innecesarios: mejor.
Pero entonces estaba la Maga con su palito más grande que su hocico y Huacataya al lado de Joaquín que cortaba el jengibre en pedazos pequeños.
Y estaba la Natalia con su cámara Fuji y su sonrisa de ola de mar; yo con mis historias sin escribir en mi cabeza y la Eli con sus rizos de nube.
Y me pareció que no, no eramos infinitos, pero estabamos vivos y eso nos bastaba.
Y a mi me bastaba, por ahora, abrirle las puertas a ese grupo de chicos y a esa ciudad.
Madrid se veía a lo lejos: su Palacio Real, sus edificios y un cielo con nubes que parecían pintadas por un niño de cinco años.
Cuando entré en aquel parque vino a mi mente la imagen de mi ciudad: La Estanzuela una mañana de Junio; pero en Madrid era Abril y Casa de Campo ahogaba sus propios sonidos. Las voces de la gente junto al lago no nos alcanzaban; el aroma a pasto húmedo, cerveza, limones, cebolla y pescado me parecían familiares.
Todo parecía normal; en orden, en paz. Miré a la gente que tenía a mi alrededor: amigos...sí, quizás podría empezar a llamarlos así.
Pero aquello me aterró.
Me aterró porque no quería que me gustara Madrid. No quería encontrar lugares que me hicieran sentir en casa, me rehusaba a verle el lado bueno a esa ciudad. Prefería ver una fotografía en blanco y negro en vez del cuadro de La Habitación de Van Gogh.
Entonces David Bowie cantó que podíamos ser heroes por un día; rebeldes en un mundo que se desmoronaba; parecía que podíamos sentarnos al sol a beber cervezas y reírnos de cosas que olvidariamos por la mañana.
Tal vez ya era momento, quizás valía la pena darle una oportunidad a Madrid, a España y su gente.
Me forzaba a no encariñarme porque terminaría regresando a mi tierra. Porque la despedida podría doler y yo era de las que si podía evitarse dolores innecesarios: mejor.
Pero entonces estaba la Maga con su palito más grande que su hocico y Huacataya al lado de Joaquín que cortaba el jengibre en pedazos pequeños.
Y estaba la Natalia con su cámara Fuji y su sonrisa de ola de mar; yo con mis historias sin escribir en mi cabeza y la Eli con sus rizos de nube.
Y me pareció que no, no eramos infinitos, pero estabamos vivos y eso nos bastaba.
Y a mi me bastaba, por ahora, abrirle las puertas a ese grupo de chicos y a esa ciudad.
Me encanto
ResponderBorrarAtte
Tu Papa