Confesiones

Me bebo mi taza de café mañanero mientras desempolvo nuestras viejas canciones. Digo nuestras como si lo hubiesen sido, pero en realidad son solo tuyas. Te las dediqué en mi mente por varios meses; era ponerles play y sonreír, play e ilusionarme.

Ahora suena Pink Floyd.

Esa guitarra con estática de fondo me hace querer confesar algo.

Tengo muy buena memoria, ¿sabes?, pero siempre le miento a todo mundo, les digo que soy pésima para recordar nombres y fechas.

Recuerdo cada una de las canciones que me has enviado.

Recuerdo las pláticas tontas hasta la madrugada y tus desplantes infantiles que tanto me gustaban.
Recuerdo también momentos muy específicos a tu lado: pequeños abrazos, risas, bromas muy pesadas y sonrojos (esos míos).
Nunca te lo dije, pero hace unas semanas, mientras subía la cuesta que me lleva a casa, pasé delante de la cafetería que frecuento y me frené en seco.

Había un hombre idéntico a ti. Lamento decir que era más alto que tú; pero eran los mismos ojos negros, las cejas algo tupidas, la barba de tres días y aquella camisa ridícula que tanto te gustaba usar.

Ojalá estuvieras aquí y dejaras de ser un misterio.

Ojalá pudiera olvidarte.

Me termino la taza de café y le subo el volumen a la música; me envuelvo en mi sábana favorita y me siento en el sofá.


Decido cerrar los ojos y fantasear; como antes lo hacía; pensando cómo serían las cosas si yo nunca me hubiera ido. 

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