Caesión

Te veo sentada sobre los guijarros.

Tu andar indeciso, el balanceo de tus pies sobre el agua, la forma en que se pega el vestido húmedo sobre tu piel.

Veo las cortinas de laureles morados; te cubren silenciosas, egoístas; no te comparten. 

Y tu piel me recuerda el color tostado de las castañas cuando las echo al fuego. Las pecas extrañas del color de la arena de Cozumel se extienden perdidas en tu espalda, tus brazos y nariz.

Te deslizas sobre el agua como Ofelia;eres tan tú, tan vaporosa.

Me quedo en la orilla del río; te veo los pies, me gustan tus talones cuarteados y tus muñecas llenas de cicatrices.

Como siempre: no me miras; sigues sobre el agua, con los brazos abiertos y los ojos cerrados; como esperando a que las nubes que te regalan su sombra te lleven, esperando que algo te despierte de ese largo sueño.

Entonces te miro desde lo alto.

Tu piel se mancha del color de las hojas, se vuelve noche, se vuelve estela. 

Tu vestido blanco contornea tu cuerpo, los rayos del sol se deslizan entre los árboles, si pongo atención puedo ver pequeñas partículas que se forman alrededor, como estrellas de polvo bailando.

A lo lejos, allá donde queda nuestra casita, escucho al abuelo rasgando las cuerdas de su vieja guitarra de madera de sauce.

“Rocío de todos los campos, libre serás, libre serás”.


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