Humedad
Mi pelo enredado se desliza con dificultad entre tus dedos.
Tenemos el vinilo de Mon laferte puesto desde que terminamos de hacer el amor.
Tus manos, duras, con heridas, me acarician los pechos.
No necesitamos sábanas, los dos sabemos que nuestros cuerpos no son perfectos.
Mis labios siguen rojos y los tuyos manchados
Los moretones en tu hombro izquierdo y los rasguños en tu cuello cuentan la historia por si sola.
Me rio cuando me acaricias el vientre, siempre me han dado cosquillas allí.
No quiero verte a los ojos, porque me asusta que desaparezcas.
Entonces me besas la frente, el cuello, terminas de botar las sábanas fuera de la cama y en cuestión de nada te tengo encima.
Te sonrío porque de verdad estoy feliz, porque no te he hablado de las noches que me masturbaba pensando en ti, en cómo mi cuerpo sería tan ligero para que me cargaras y llevaras contra la pared, para que cada parte de mi cuerpo, hasta la más mínima, se estremeciera al sentirte dentro de mi, al sentir tus movimientos violentos, rudos, como te confesé que me gusta.
Esperé tanto para que me mantuvieras a cuatro, sudorosa y gimiendo mientras me tirabas del pelo. Esperé tanto y le rogué tanto a los dioses para que me desearas que de pronto empiezo a llorar.
Y me limpias las lágrimas y sonríes y dices algo que no puedo escribir, porque es tan nuestro, tan loco, que nadie merece saberlo. Y así, te vas deslizando por mi cuerpo, lento, dejando rastros de saliva y besos y cuando llegas al final, a donde nadie me había complacido nunca, sigo llorando y me rio, porque mi cuerpo jamás había sido inundado, jamás la espuma del mar había alcanzado esa parte de mi cuerpo.
Y me pierdo, y me dejo, y me muero porque vuelvas a besarme y lo hagamos una vez más.
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