Empezando #2
Lo mío comenzó una víspera de año nuevo. Lila llevaba un vestido color negro con falda rosa y estábamos sentados en el sofá de su casa. Jugábamos con los filtros de Snapchat mientras nuestras familias gritaban y se reían de algo. Siempre me había parecido bonita, pero esa noche había algo diferente. No sabía si eran sus labios pintados de rojo o el delineador que hacía a sus ojos verse más grandes de lo normal o tal vez era la forma en la que su pierna descansaba en la mía.
Llevábamos tres años siendo amigos, me quedaba a dormir en su casa, en la misma habitación y no pasaba nada, a veces nos desvelábamos viendo películas francesas y otras noches le leía en voz alta lo que escribía mientras ella preparaba su tesis. Teníamos algunos amigos en común, pero entre los talleres de escritura y la maestría de Lila, los días que nos veíamos eran para aprovecharse.
Lila guardó el teléfono y bostezó.
-¿Por qué Noche vieja es siempre igual? nos arreglamos para estar sentados durante horas y no hacemos nada más que comer y...
-Perdón, ¿te estoy aburriendo? -me burlé.
Logré sacarle una sonrisa y cuando me miró hubo algo que no había sentido antes, fue como si el corazón se me hubiese parado dos segundos y le hubieran metido turbo a mis palpitaciones. Y la cosa no mejoró cuando Lila se hundió en el sofá y acomodó la cabeza en mi hombro, había hecho ese gesto cientos de veces antes.
Cuando veíamos películas en mi casa, cuando esperábamos a cruzar la calle, cuando estaba fastidiada o cuando nos tocaba hacer fila para entrar a la sala de cine, era un gesto tan familiar que no entendía porque me estaba de pronto ardiendo la piel donde descansaba su cabeza.
-¡Niños ya van a empezar las campanadas! -gritó la madre de Lila desde el comedor.
-Vamos -dijo poniéndose de pie y tirándome del brazo- llevo esperando para comerme esas uvas bien frías.
Lila era la persona más obediente que había conocido, bueno, al menos con su madre, porque con su padre era otra historia. Recordé las noches que la había acompañado mientras lloraba por las discusiones, el dinero o los reclamos que terminaban en gritos entre los dos. No podía evitar sentir un poco de rencor cuando lo veía, pero yo no era nadie para discutir con un señor de más de cincuenta años, además, es normal ponerse del lado de tus amigos, ¿no?
La cuenta regresiva comenzó, todos estábamos apiñados alrededor de la televisión y de pronto busqué a Lila, ¿donde se había metido? La encontré con la mirada perdida en la pantalla del celular, tecleando con fuerza y mordiéndose el labio por dentro, como hacía cuando estaba molesta. ¿A quién le estaba escribiendo y por qué mierda me importaba a mi?
Entonces sonrió y volví a sentir que el corazón se me detuvo otra vez, acompañado de un pinchanzo.
-¡Lila, deja ese teléfono en paz! -gritó su padre, bastante alto para hacerla sonrojar del enojo. Se acercó a su madre para tomar una copa de uvas y se las metió de tres en tres a la boca.
Cuando por fin volteó a verme tenía la boca llena de uvas y no pude evitar reírme.
Por fin el año nuevo y los gritos y todos apurador por terminarnos las uvas y por fin los abrazos.
Quería dejarla para el último, si sabía que la estaba evitando tenía que fingir, primero el abrazo a mis padres, a mis hermanas, a los padres de Lila, a su hermana, su tía, su prima, incluso a las mascotas si era necesario.
No entendía mi nerviosismos, ni mis palmas sudadas ni mucho menos mi voz quebrada. Tampoco podiá sacarme de la cabeza el pensamiento de quién le había estado escribiendo. Antes de acercarme a ella me aseguré que los demás siguieran abrazándose y llorando por el alcohol o comiendo uvas.
-Feliz año nuevo, Lila.
Bajó la mirada y se rio
-¿Qué? -se burló- ¿no me vas a dar un abrazo?
Era más bajita que yo, así que tenía que agacharme un poco para alcanzarla, aproveché la excusa de los deseos de año nuevo para apretarla un poco más contra mi. Olía a caramelo y café, su cabello quebrado era suave al tacto, la tela de su vestido parecía hecha de azúcar, como si fuese a romperse en cualquier momento. De pronto era como si Lila fuera otra, como si la amiga a la que molestaba y mandaba fotos tontas a las 3 de la madrugada fuera...diferente. Era como si alguien me hubiese limpiado los lentes empañados por el humo de una taza de café, como si la viera por primera vez.
-Feliz año nuevo, Daniel.
Me reí por lo formal de mi nombre completo.
-Te quiero mucho -dijo soltándose de mi abrazo y tomándome de la mano- espero este año me sigas soportando como tu amiga.
-No es tan difícil, solo tengo que fingir que tienes la razón todo el tiempo y ya está..
Entonces se puso de puntillas y me dio un beso.
Puedo jurar, ahora que la tengo colgada del cuello, besándome en pleno centro y con un frío que anuncia la Navidad, que no fue casualidad sentir ese beso cerca de mis labios.
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