Yuun


-Mientras más rápido te des cuenta de que todos son idiotas, mejor -dijo Yuun anudando la ultima bolsa de basura- todo el mundo miente, todos te hacen daño.

-Pero…

-¡Nada de peros! -se sentó a mi lado y se abrazó las piernas con fuerza- tienes que dejar de leer esas mierdas, Luna, hablo en serio -dijo haciendo un gesto de asco para que moviera el libro que tenía al lado.

Mi hermana mayor daba miedo cuando se enojaba, sobre todo porque era callada, analítica y se supone que la más inteligente de las dos, según ella, claro.

-No será el único, eso ya lo sabes, ¿no?

Estábamos sentadas en el escalón de mármol que daba al jardín frontal de la casa. Parecía que el verano se había obsesionado con nuestra ciudad y no nos dejaba ir.

-¿No sabes contar o que?, no tengo precisamente veinte años, Luna, lo último que necesito es alguien que venga a quitarme nueve años de mi vida para luego largarse y cambiarme por una gorda de pelo rubio mal pintado.

Iba a decirle a Yuun que ese comentario estaba de sobra y que no tenía por qué ser tan cruel cuando su celular empezó a sonar.

-Hijo de puta…-le dijo a la pantalla.

-¿Quieres que conteste yo?

Negó.

Dejó el celular en medio de nosotras, obligándome a apartarme y quedarme en silencio. Cuando la escuché llorar, tomé el libro que tenía entre las piernas y empecé a leer.

Yuun no era muy afectiva, no soportaba los abrazos, los besos que papá nos daba al despedirse de nosotras y mucho menos que la consolaran cuando lloraba. 
Claro que ella no había sido así siempre; a veces extrañaba a mi hermana, la que había conocido hasta hacia tres años antes. Extrañaba a la Yuun que me perseguía por la casa haciendo ruidos de momia, la que a veces preparaba hot cakes en la madrugada sin que nuestros padres se enterasen.

Echaba en falta a la hermana que se quedaba dormida en la mesa del comedor con un montón de libros y los lentes enredados en el pelo, la que se reía cuando despertaba a la mañana siguiente y notaba que había estado echando babas encima de sus apuntes de la escuela.

-Lo extraño tanto, Luna.

Cerré el libro y me giré para mirarla.

-Podrías intentar, yo que sé, hablar con él, las personas suelen perdonarse por ser…

-No -se cubrió los ojos con la mano- extraño a Noa, a papi.

Escuchar su nombre me provocó un escalofrío.

-Yuun…

-Él sabría que decirme, que hacer, como dejar que me doliera tanto.

Mi hermana se abalanzó sobre mi y no supe que hacer. ¿Debía abrazarla, traerle un pañuelo para que se limpiara los mocos o llorar con ella?, al final, opté por la primera opción.

-Aún tenemos a papá, Yuun, no vamos a dejarte sola.

Cuando era pequeña, pensaba que lo bueno de tener dos papás sería que cuando uno se fuera, el otro se quedaría y sería como si nada hubiese pasado. Creo que era una niña con pensamientos muy turbios para mi edad. Como decirles papá a los dos era muy complicado, llamábamos a Noa por su nombre, pero ella siempre le dijo papi.

La dejé llorar y mancharme la blusa, ya estaba empezando a ocultarse el sol cuando se enderezó y se limpió la cara con la manga de su playera.

-¿De que va tu libro? -su voz sonaba hueca.

-Es sobre un chico que atraviesa el océano atlántico para encontrar a su amor de secundaria -sonreí un poco- voy en el capítulo donde se van a besar por primera vez.

Yuun puso los ojos en blanco y se sorbió la nariz.

-Tienes que dejar de leer esas tonterías -se sacó el anillo de plata que llevaba en la mano izquierda- esas cosas no pasan en la vida real.

Lanzó el anillo por la puerta del jardín, hasta el otro lado de la calle. 
Cuando escuché que había dejado de rebotar contra el asfalto mi hermana ya había entrado a casa.

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