Iguales
Mar es igualita que Cristina.
Las dos expertas en volarme la cabeza hasta las nubes, alegándome que por una vez me deje elevar.
Y mientras pienso en eso, en todo y en el futuro, el conductor del uber me deja poner mi música y yo ya estoy sonriendo como tonta.
Porque nadie mejor que esa chica de piel de tostada para darme escalofríos, para cantar lo que soy pésima aceptando y confrontando.
El conductor lleva las ventanas abiertas y se disculpa por el calor. Pero cierro los ojos y mi cabello se enmaraña en mi cara y sigo riendo.
Porque por unos minutos, en lo que viajo de vuelta a casa me gusta imaginar tantas cosas, me dan tantos escalofríos que gana la risa tonta.
Pero es gracioso, porque esto no es euforia y no quiero que lo sea.
Eres como estar dormida en una hamaca; eres silencio, pausas, ojos de chocolate derretido, sonrisas congeladas en el tiempo y voz que hace vibrar hasta la punta de mis dedos.
Abro los ojos y todo desaparece. La música para. Las palabras de Mar ya son un eco, he caído a la tierra una vez más.
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