Diosa

Es la primera vez que veo amanecer en la ciudad. 

Desde mi ventana, aunque nadie me crea, se ve la luna, las cortinas transparentes la hacen ver borrosa, esta a punto de esconderse tras las montañas y yo no quiero despertar. 

Me tumbo en la cama, con los pies en la cabecera de color café oscuro.

El cuarto sigue fresco, el abanico truena y yo me trueno los huesos de la espalda mientras me estiro. 

Pienso en que hacía meses no me sentía tan en paz, tan real y presente. 

Me retuerzo más en la cama, que me encanta, que es mi amante predilecta. 

Algo tiene la mañana, el desvelo y la palidez de mi cara que me hacen sentir guapa, sensual. 

No quiero despertar, no quiero dormir y que suene mi despertador. Quiero que el tiempo se detenga a esta hora, a las 7:13 de la mañana de un lunes cualquiera de agosto. 

Y me siento el centro del universo, de mi mundo, de mi realidad. Me siento la reina de mi cuerpo y mente, todo está bajo mi dominio. 

Me cuelgo hacia la luna, alcanzo una almohada y hundo la cara en ella. No huele a nadie, ni a colonia, perfume o heridas.

Creo que sí que quiero despertar, nada más para ver si esta sensación dura, si se me queda impregnada un ratito. 


Empiezo a quedarme dormida, a jugar con mi conciencia. 

Y antes de perderme, me llega el olor de jacintos frescos. 

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