mar
A veces quisiera regresar el tiempo aunque suene a canción.
Quiero volver a los días en los que mi alarma saltaba a las 7am y el sudor y darme un baño me encendían el chip de lunes.
A los días en los que mamá desayunaba conmigo, regresar a las escaleras de color gris que me llevaban a los salones, a las sonrisas por los pasillos, a las lecturas en un salón desierto.
Pero estoy sentada en la mesa del comedor, llorando como siempre, llorando por lo que ya no podrá volver, ni podre tener, pero no es mi culpa que el presente no tenga dirección y que el futuro solo me lleve a la muerte.
Las voces de mi cabeza llevan meses calladas, eso es lo único bueno, lo positivo, lo que se puede recalcar, están calladas porque las he vencido, aceptado, porque las se controlar, las puedo dominar.
Sí, las voces ya no están, pero eso solo ha hecho que todo pierda sentido. Ha hecho que levante la vista y me de cuenta de que estoy parada en el mar, el agua me llega apenas encima de las rodillas y todos van pasando, en botes, en yates, en barcos, en balsas.
Empiezo a flotar en el agua como si me moviera, pero no lo suficiente para llegar a ningún lado.
Me he topado con una balsa, mi cabeza ha hecho eco contra la madera de su viajante.
Lo reconozco, nos hemos visto. Y su sonrisa me da calor, hace que me incorpore y me cubra la ropa húmeda; siempre me ha dado miedo que me vean vulnerable, por eso dejo que sea él quien se presente y hable, me cante y sonría.
Su sonrisa me sabe a tiempo, a memorias, a secretos y dolor. Veo que tiene cicatrices en sus brazos, como si hubiese metido el cuerpo en un arbusto de rosas; nos quedamos hablando por unos días, pero cuando se va me doy cuenta de que apenas y ha oscurecido.
Cuando veo que se aleja en su balsa, me han entrado ganas a mi también, de caminar, de buscar donde sostenerme, de tener una mirada como la suya, tan dulce, herida, real, muy real y de color a chocolate derretido; sus ojos me gustan. Y pienso, que hace mucho no me gustaban los ojos de nadie.
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