Pingüinos

Estos pensamientos nocturnos son muy raros.


Esos que tienes cuando la depresión y los rezagos regresaron a su cajita de pandora en la parte más oscura y resquebrajada de tu alma y en lo más sucio y pegajoso de tu mente.

Ningún velo se te quita de los ojos, no hay luces ni flores blancas mágicas, no hay exstasis ni epifanías. Simplemente pasa.

Estas ahí, hurgando en el congelador y sacando un paquete de pingüinos a medio congelar sin que nadie te escuche. Corres a esconderlos bajo la almohada y cuando te dispones a meterte a la cama te detienes en el medio de la habitación.

¿Que coño estoy haciendo?, ¿Hace cuantas semanas no bebo agua?, estas dándote atracones, escondiendo tus preocupaciones en la comida, llenando tu ansiedad con mierdas de azúcar y exceso de calorías. Y entonces te miras las palmas de las manos. ¿Que me está pasando?, esta persona no soy yo, piensas, te contestas.

Esta persona no eres tu, el nuevo yo que buscaste y te costó, que te sigue costando a ratos largos no tiene nada que ver con quien vivía dentro de ti semanas atrás. Con quien salió corriendo hace unos segundos.

Tu te levantas temprano, bebes litros de agua, tomas tus medicamentos a cada zumbido de tu alarma, no comes galletas, pan, ya no vomitabas por pasarte de verga con la comida. Comes fruta, proteína, comes comida hecha en casa, nada de cosas compradas o procesadas de más.

Tu sonríes, le dices a alguien que se ve guapo o guapa para alegrarles el día. Tiras gritos y carcajadas cuando ves algo que te gusta. Hablas con tus amigos y familia con ganas.

No vienes en el pozo del fastidio ni la indiferencia.

Entonces regresas los pingüinos al congelador. Apagas las luces y te metes a la cama y por fin entiendes que estás mejor. Que debes regresar a tu rutina que te da cierta paz. Debes regresar a quien estás luchando por ser.

Y entonces te dedicas a escribirlo, porque si te sirve a ti, puede servirle a alguien más.

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