Inspirando
Nadie está mirando.
El bolero suena en el tocadiscos y me tiemblan las manos. Me ayudas a levantarme de mi silla y casi se me dobla el tobillo por los nervios.
Me tomas de la cadera, me acercas a ti y bajo la mirada. Bailamos apenas, lo justo para no chocar con nadie, lo racional para no ser señal de escándalos, no salimos del cuadro que el bolero nos exige.
La mujer canta con melancolía, con deseo, con erotismo. Llevo el pelo recogido en un moño y siento tu nariz acariciando mi cuello. Miro alrededor por si alguien nos observa, nada, nadie, todos absortos en su tabaco, sus cartas o platicas.
Entonces suelto un suspiro cuando huelo el aroma de tu colonia: fuerte, pero no empalaga, podría olerte toda la noche, hasta la mañana próxima y por toda la vida.
Siento nuestros muslos rozándose, la mujer que canta habla de llanto, besos robados y rosas rojas, siento el vaivén de tus caderas cerca de mi pelvis.
Quisiera que el mundo desapareciera, que me dejaran robarte algunos besos, que cuando el ritmo del bolero acelere un poco, decidas tú si quieres más o paro.
Me atrevo y te abrazo, me envuelvo en ti, me escondo en tu cuello y cuando me atrapas por la cintura, alzo un deseo al cielo, a los dioses a quien me esté escuchando, que este sea el último de tantos besos silenciados.
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