¿Qué es?

 


Me han dejado aquí, en el camino empedrado. 

“Hasta aquí podemos llegar” me dijeron. Los demás se quedaron en el bus y se marcharon. 

Me acomodé la mochila y empecé a caminar. 

Tengo cicatrices en los brazos, en las muñecas, producto de las batallas nocturnas contra mi misma. Las rodillas están al rojo vivo y aunque nadie puede verlo, el lado izquierdo del pecho lo llevo tan lleno de parches que parece un peluche gastado. 


La voz del sabio resuena en mi mente. 

“No lo hagas, si no sabes nadar, ¿para que entrar al río?, ¿para que?, ¿por que?, ¿con que fin?”.

Entonces me paro al llegar al final del empedrado y grito, grito con tanta fuerza que me quema la garganta. Me golpeo las piernas, doy brincos, sigo gritando, lloro un poco, pero muy poco, hasta que me canso. 


Me tumbo entre los guijarros, señal de que el río está cerca y trato de recomponerme. 


El amor...¿que es?, me pregunto. ¿Porque todos me quieren proteger de él?, ¿por que tiene que ser de esta forma? ya he aprendido lo suficiente, he sufrido, me han humillado, me han roto en mil pedazos y me he vuelto a reconstruir. ¿Por que es tan malo volver a querer pisar las aguas del amor? 


Me levanto como puedo y me sacudo las piedrecitas que se han pegado a mi piel. Dejo que el sonido del rio me guíe.


Y entonces llego...es hermoso, el agua es de un azul transparente que me recuerda a los cielos del verano. Las plantas llenas de flores me seducen, el sonido de los grillos, las chicharras, es hipnotizante. 


Me quito la mochila, la ropa y camino hacia la orilla. Es como si fuera magia, de pronto se ha hecho de noche, hay luciérnagas pululando a mi alrededor y yo me rio, me causan cosquillas. Me suelto el pelo y suspiro. Es tan seductor, tan puro, es un rio viejo, con experiencias, con historias y dolor. Los árboles me hablan en susurros, me invitan, me piden que no perturbe las aguas, que lo tome con calma. 


Así que obedezco, quiero que el rio me abra las puertas de sus cristalinas aguas. Sumerjo los pies, los tobillos, las pantorrillas. Doy un paso en falso y me caigo sentada. Me rio y a la vez tengo miedo. 


La voz del sabio ya está casi silenciada, no tiene porque tener siempre la razón, no tengo porque seguir siempre su voluntad. 


Y mientras me decido entre pararme o quedarme sentada, unas suaves ramas me ayudan a pararme, es el sauce llorón, mi árbol favorito. 

Le pregunto que hace aquí y me habla por el pensamiento. No me suelta, me está ayudando a entrar al agua. 


Cuando ya casi el agua me cubre el pecho las ramas me acarician el rostro y yo me dejo hacer, me dejo consentir, me permito: ilusionada y atrevida a aceptar el amor que me están dando. 

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