Tú: en viernes.

Estoy en la cochera de casa y llevo tu chamarra puesta. 
Me apoyo contra el auto de color blanco y me cruzo de brazos. 

Cierro los ojos y paso la nariz por la tela de color negro. No me queda, ni me cierra, pero me mantiene tibia.
Por fin se a que hueles, por fin los dioses me bendijeron con tu aroma. 

También con tus tres parpadeos mágicos
Tu perfil mientras tocas la guitarra
Y los dedos de tus manos que son ahora mi cosa favorita; no después de tu sonrisa claro y la manera en la que tus ojos se cierran cuando sonríes mucho.

Suspiro y miro al otro lado de la calle, por la luz mercurial se ve la pelusilla de agua que cae sobre el pavimento.

Y yo suelto otro suspiro, pareciera que el aroma de tu chamarra no quiere irse, tampoco mezclarse con el mío. Y es que no quiero. Quiero ilusionarme un poco más, abrazarla cuando nadie me ve y volverla a dejar encima de la mesa.

Escucho las llantas de los autos derrapando, los grillos y a los perros de la casa de enfrente ladrar. 

Me subo la capucha, aquí el frío no es como Madrid y prefiero que sea así para siempre. 


Porque en madrid no estabas y aquí, aunque no tengo ni respuestas ni pistas, ni afirmaciones o rechazos: te tengo cerca o al menos, al toque de tu chamarra. 

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