Muertos

Quiero morir en Ámsterdam.
Con su frío de inicio de año.
Sus mujeres de pelo blanco y sus hombres con mandíbula perfecta.
Quiero morir en Ámsterdam.
Mientras veo la nieve por la ventana de mi casita de tres pisos.
Mientras cierro los ojos, meciéndome en un sofá de color rojo vino; quiero morir escuchando las llantas de las bicicletas derrapando por la lluvia. 

Quiero morir en Ámsterdam.
Escuchando el golpeteo del agua en los canales, viendo a los turistas haciendo fila para los museos.
Quiero morir allí, en mi habitación, la que está al fondo a la izquierda, la de puerta azul.
Quiero despedirme en esa ciudad de arte, de frío, de humillación.

En esa ciudad de magia, drogas legales, prostitutas iluminadas en neón amarillento y el olor a podrido de las calles.

Si, quiero morir en Ámsterdam.
Mientras suena la música de los Smiths en mi tocadiscos y alguna enfermedad me consume postrada en cama.


Si, quiero morir ahí, en Ámsterdam, donde ellos dos, ficticios, fueron felices y yo no. 

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