Mañanas de Mon

Son las dos de la mañana y no hemos parado de bailar.

Ya siento el sudor en la parte baja del vestido pero a ti te da igual. Los giros que damos son dignos de un concurso, lo sé. 

En ratos cierro los ojos, dejando que el taka taka taka de la salsa me llene hasta la sangre. 

No llevo tacones, claro, de por si soy más alta, pero las luces de la pista y tu aroma me emborrachan. 

Solo por eso vinimos a la boda de José, para echar pisto, cenar gratis y bailar un rato, que para discotecas no hay tiempo ni dinero.

La voz de Mon Laferte grita con ganas y yo te miro directo a los ojos en el último giro: estás sudado, la corbata aflojada y sonríes, con tus ojos chiquitos; entonces suelto una carcajada y me paro en seco y te beso. 

Me besas como en las pelis, me tomas de la cintura, te agachas y yo me aferro a tu cara, tan suave que la tocaría veinticuatro horas y de a gratis.


Escucho aplausos, quizás son para nosotros o para la música que ha dejado de tocar; pero yo sigo besándote y solo espero que luego los novios no nos odien por haberles robado el reflector. 

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