extraño
La extrañas: lo sabes. A ella y su vocecita juguetona, a la forma en la que te decía que te quería y te cuidaras. Extrañas escucharla del otro lado del teléfono y puede que, aunque no lo admitas, también extrañas sus gritos. Pero más y sobre todo en momentos así: extrañas su voz; la voz con la que te calmaba, con la que sentías que no eras un estorbo o una carga y justo ahora quisieras tenerla contigo. Pero está muerta y ya no importa. Porque te sigues sintiendo huérfana, aunque sea una estupidez, aunque la gente se ponga del lado de él porque: “tiene que seguir su vida y ser feliz”, cuando tú sabes que ese “ser feliz” se resume en sexo y un par de tetas. Y te duele el pecho por aguantar el llanto y también por ya no tener una madre. Y sabes que el mes que viene te vas a esconder cada fin de semana, te encerraras en tu burbuja de plata a ver como los niños pasan de la mano de sus madres, a ver como los hijos compran flores en la calle y las tiendas se llenan...