Cuando llega el final
Odiaba este estupido vestido de flores. Me traía demasiados malos recuerdos. Tenía el pelo lleno de un gel extraño y mi cara se veía demasiado plastosa y definitivamente esta sombra de ojos ni este lipstick iban conmigo.
Podía escuchar las voces del otro lado de la elegante puerta de madera color arena. ¿Cuanta gente habría?, ¿mucha?, ¿nadie?, ¿solo mi familia?
Me mire una última vez en el espejo de cuerpo completo y decidí ya no quejarme. Al menos estos flats plateados ya no me rozarían el tobillo ni me harían ampollas. Caminé a la puerta y me quedé tres segundos pegada a la manija plateada. Tenía que hacerlo, podía hacerlo, era el día más importante de toda mi vida.
Lo primero que vi fue a mis tres tres trías sentadas en los sofás de primera fila. Claro, ellas jamás faltaban a ninguno de mis eventos. Subí las escaleras del pequeño podio improvisado y me senté encima del escenario que me habían asignado. Crucé las manos en mi regazo y empecé a balancear los pies. Expectante de que me dieran la señal para empezar.
Me sentía nerviosa, no podía llorar, no frente a mi familia. Estuve a punto de bajarme de mi sitio cuando escuché los pasos. Iban en grupos, en fila india, de la mano de sus parejas o solos y algunos parecían bastante perdidos. Poco a poco empezaron a reconocerse, saludarse en silencio, con un gesto de la mano o con un abrazo.
Iban todos tan guapos y tan guapas.
Vi los bonitos rizos oscuros de Chuchi. Vi el pelo castaño de Marcela, los tatuajes de Sammie, el pelo rubio de Ale, el pelo arcoíris de Sally a Lulú, tan pequeña y bajita entre todos. .
La sala se llenó poco a poco. Ángel y su madre, Victoria y la maestra Evangelina. También divisé a Eduardo y a Humberto con sus esposas.
Michelle corrió hacia mis tías y se sentó en el antebrazo de uno de los sofás. Harr, su novio, estaba pegado a la pared, observándome a lo lejos.
Vi por ahí a Claudia, tan bajita y guapa con aquel pelo rojo suyo. Pero la sorpresa más grande fue Nuria, Chiki, Blanca y Eli. ¿Como mierda habían llegado tan rápido desde madrid a esta ciudad de mierda que era monterrey! Sentí vergüenza de que conocieran el infierno en el que vivía y el que me había empujado a distraerme.
Aquello comenzó a ser demasiado, quería saltar del podio y esconderme, el olor a flores blancas empezaba a darme asco y combinado con el aroma de hamburguesas, café frío y cigarros me estaban dando arcadas.
Todo estaba lleno, cada sofá, silla de plástico, cada ventana y rincón con adornos ridículamente iguales, mandados por gente que en mi puta vida había oído hablar de ellos.
Entonces escuché unos leves taconeos que venían de fuera de nuestro espacio comprado hacía años por precaución.
Y por fin pude llorar, acaba de llegar la última persona que llenó el aforo, la persona que tenía el asiento de primera fila justo en frente de mi, separado con una vieja foto suya por allá cuando tenía 47 años.
Me bajé de mi ataúd y la esperé con los puños y labios apretados. Iba con su pelito corto, su falda rosa, la blusa negra y el crucifijo de San Benito con el que la enterramos aquel 13 de Diciembre del 2015. Su sonrisa era la misma, tan Grande, tan dulce, ya no le daban pena sus dientes frontales, esos que eran prótesis algo grises por no cuidar su dentadura como yo misma no lo hacía.
—Vino tanta gente, mami.
Fue lo primero que dije antes de correr un poco para abrazarla. De nuevo volvió a sentirse llenita, se había quitado esa estupida peluca con la que no teníamos ninguna de las dos ni puta idea de quién había decidido aquello. Su piel era de color natural y sus ojos ya no se veían brillosos ni llenos de dolor. Olía a su perfume favorito de JLO, ese que olía a mar y protector solar. Yo había crecido un poco más que ella en aquellos años.
—Quien pensaría que a los 27 ibas a rebasar a tu mami.
No quería hablar, ya tendríamos tiempo para eso.
El llanto de mi familia, de mis amigos, mis alumnos y personas desconocidos que fueron a apoyarse y llorarme empezaban a difuminarse.
Por fin estaba con ella, con mi ma, con mami, con el amor de mi vida, mi mejor amiga, mi vida entera, el vacío que en vida jamás pude llenar.
–Vámonos ya, por favor —le rogué— si continúo escuchándolos llorar me voy a arrepentir.
Mi mamá me dio un beso en la cabeza y me tomo de la mano.
—Lo siento, beba, pero una vez que estás dentro del ataúd ya no te puedes arrepentir. Solo nos queda avanzar.
—¿Entonces mi deseo se hará realidad? —apreté su mano con una fuerza que en vida nunca tuve —¿serás mi mamá en todas mis vidas?
Ella sonrió y fuimos caminando y riéndonos hacía una luz azulada.
Por fin mi vida había terminado.
Y el llanto de los que me amaban: también.
Comentarios
Publicar un comentario