Sentir
Últimamente cuando quiero escribir, ya no se por donde empezar.
Pero lo que importa siempre es lo que quiero decir.
Y siempre me han dicho que soy muy sensible, apasionada, obsesiva. Solo había una persona en este mundo que no me miraba raro, que no me juzgaba, que me escuchaba por horas y días hablar de lo que disfrutaba, de mundos, historias, personajes y amores ficticios. Si lloraba por la muerte de un personaje, me abrazaba, si salía algo nuevo, incluso cuando empecé a leer historias de amores del color del arcoíris, nunca me juzgó. Se reía de mis gritos, en la cena me preguntaba que había visto, escuchaba las canciones que me gustaban y hasta ponía de fondo en la pantalla de su computadora a esos personajes que tanto me volvían loca.
Pero cuando esa persona se fue, cuando la perdí, cuando me dejó sola en este mundo y se llevó mi brillo con ella. Le cerré la puerta en la cara a lo que me hacía feliz.
Deje de lado la música coreana, el anime...enfoqué mis gustos en series, musicales, vinilos y el café. Los posters ya no tenían sentido, no me provocaban nada. Seguía comprando mangas, seguía viendo algunas cosas, pero esa emoción, los escalofríos, la anticipación, el palpitar acelerado, las pupilas dilatadas, todo se transformó en efectos secundarios de medicamentos. Ya no lloraba por personajes, lloraba por ella, no hablaba con nadie, perdí amigos que compartían mis pasiones. Me hundí en los libros: emocionada; en la escritura, pensando que podría destacar y puedo decir que en cierto punto sentí felicidad.
Pero nunca fue lo mismo, no lo había sido: hasta ahora.
Los efectos secundarios y las pastillas surtieron efecto tres años después. Los mangas y figuras acumulando polvo en mi librero me daban cosquillas en la punta de los dedos. Como si quisieran decirme: regresa, siempre te hemos estado esperando y te recibiremos con amor.
No fue hasta esos tres años, hasta poco antes de pararme frente a ella otra vez, no fue hasta visitarla en ese inmenso templo de descanso, olvidada hace cinco años...que volví a recuperar mi pasión, el brillo que me quitó su perdida volvió. Y con ella los gritos, los escalofríos, la emoción y las palpitaciones.
Volvieron mis ganas de zambullirme en mundos fantásticos, mis ganas de enamorarme de personajes ficticios, volvieron los gritos, la música, la obsesión y la felicidad. Fue como si hubiera congelado lo que amaba al igual que congelé nuestro encuentro.
Así que le abrí la puerta a mi mundo, al de siempre, al que desde los doce años me permite disfrutar miles de historias. Volví a la música que “nadie” escucha. Y recordar nuestros momentos juntas ya no duele. Cuando grito, a veces pienso que está junto a mi, cuando lloro por una escena, un personaje o una canción, es como volver a estar en la mesa del comedor hablando.
La anticipación de una escena es como correr a su cuarto para enseñarle un video. Es como volver a ser yo otra vez...yo, otra vez.
Así que lo entiendo, que me llamen rara, loca, inmadura. Entiendo que piensen que lo que disfruto es para niños o que algún día superare esa “faceta”. Pero negarla, avergonzarme, quedarme callada, sería impedir que su recuerdo y su memoria vivan conmigo. Sería olvidar los momentos felices que me regaló mi madre antes de morir, sería volver a estar en cama y dormida todo el día y no quiero regresar a eso y mucho menos quiero olvidarla a ella.
Entonces seguiré así, feliz, imaginando que está a mi lado. Que se divierte viéndome emocionada, que se escucha sus carcajadas mientras imito las voces o tonterías de los personajes. Seguiré tratando de ser feliz con su memoria, con su presencia volátil que me observa todos los días. Y seré feliz...a mi manera, como lo fui con mi madre. Seré feliz siendo quien soy, sin importar con que ojos me vean. Y sin importar quien me esté viendo.
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