Módulo 1

 

No se como llegué aquí. A este día de marzo en el que aún hace frío. A esta mañana de sábado en la que el sol está en lo alto y miles de personas hacen fila para entrar a cintermex. Estoy en medio del enorme pasillo de suelo negro. Miro hacia arriba, al techo abovedado, ¿que año es este?, la pintura ficticia de Miguel Ángel aún no está tapando los fierros de color rojo. “El banner” pienso “en el banner siempre ponen la fecha”. Acelero el paso abriéndome camino entre familias, niños pequeños, parejas y chicos disfrazados de sus personajes de anime favoritos. Por fin lo encuentro: “Bienvenidos: Convención número 76 en Cintermex”. Siento ganas de gritar pero no me sale la voz, mis oídos se han tapado y solo escucho un fuerte “piiiii” que no se calla. Se me acelera el pulso, no puedo moverme, es como si el suelo negro fuera cera derretida ante mis pies. “¿Que año es, que puto año es?” gritaba en mi cabeza. Y como una respuesta mística o divina, sentí vibrar el bolso de mi pantalón. “Claro, claro que tendría un jodido celular, soy...”. La pantalla del viejo iPhone 5c de color celeste se iluminaba, un nombre, cuatro letras, un emoji de oso y uno de corazón. Se oscureció la pantalla, volvió a vibrar. Si esto era un sueño, una broma, una oportunidad, no podía dejarla ir. 

—¿Bueno?

—¡Verónica Alejandra por que no contestas, niña! 

“Esa voz” pensé “no puede ser”

—¿Me oyes?, ya nos estacionamos tu papá y yo, ¿dónde estás? 

—Ma...—se me cortó la voz— mami, ¿eres tú? 

—¿Que tienes, por que lloras?, ¿que pasó?

No podía responder, no podía colgar, era su voz, era ella, era ella, mi madre, mi mami. No podía parar las lágrimas, todos me estaban viendo, pero me importaba una mierda. 

—¡Verónica, contesta! 

—Perdón —tome aire— estoy afuera de la conve, cerca de la taquilla —me limpié rápido los ojos— ¿y ustedes? 

No me dio tiempo ni a pensar que hacer, decir o moverme, cuando escuché el eco de su voz a lo lejos.

—¡Beba! 

Ahí estaba, acercándose apurada a mi. Su cabello negro, largo, como antes de que se enfermara, como antes de que todo se fuera al carajo, antes de que me abandonara, antes de que muriera. 

Ya no valía la pena esconder las lágrimas, ni suprimir el dolor. Corrí a abrazarla.

—Mami —lloré— mami...

Berreaba como niña pequeña, le había llenado de mocos la chaquetilla de mezclilla y como siempre, como antes, no preguntó nada, ni me juzgó.

—Vente, mi amor, vamos a sentarnos, ¿si? —una pausa, un manoteo— espérame allá Alejandro, ahorita vamos. 

Sentí que caminaba en automático, escuchaba murmullos, por fin empezaba a calmarme. Cuando nos sentamos en la fría banca roja, por fin la miré a los ojos. 

—¿Que paso, nena?, ¿por qué lloras?, ¿te hicieron algo? 

Sonreí un poco. 

—Perdón, no es nada de eso. Es que, no se, te extrañaba.

—¿Como que me extrañabas, nenita? —se rio— está bien si no quieres contarme, pero prométeme que no te hicieron nada malo.

—No, no fue nada malo, solo me dio un poco de ansiedad de ver tanta gente. 

—Bueno, pero venimos tu papi y yo, así que no pasa nada, ¿okay? 

Cuando me pasó la mano por el pelo quise volver a llorar, pero no podía arruinar este momento, no quería preocuparla, ni que me viera triste, era mi única oportunidad para volver a verla o al menos eso creía. 

—Perdón, ya estoy bien, ¿podemos entrar? 

Todo era muy extraño, como si alguien hubiera tomado el negativo de mis recuerdos y estuviera jugando conmigo. Los colores chillones, las mesas tapizadas de posters piratas, las filas para los autógrafos, el olor a plástico de los vendedores de figuras. A lo lejos alguien desafinaba y cantaba en todo menos en japonés un opening de Naruto. La zona de videojuegos llena de gamers barbudos, niñas con pelucas de colores y gente regalando abrazos gratis. Todo era un chiste cruel de mi pasado. 

—¡Mira, nena! 

Mi madre apuntaba a un stand donde vendían dulces japoneses. “Claro” pensé “este fue el año en el que los dos me acompañaron y mi mamá compró dulces. Cuando les pedí que fuéramos por lados separados.”

—¿Nos acompañas o quieres andar solilla un ra...

—¡No, no, voy contigo! 

La abracé de lado y apoyé la cabeza en su hombro. Para ese tiempo yo ya era un poco más alta que mi mamá, pero siempre actuaba como una niña pequeña a su lado. Siempre buscando abrazos, besos, cumplidos. Siempre deseando escuchar su opinión y sus risas. 

—¿Que tienes loquilla? —me dio un beso en el cachete— andas muy pegostiosa hoy.

—Es que te amo mucho, eso es todo. 

Nunca se lo había dicho en vida. Que la amaba. Siempre eran te quieros rápidos, porque a esa edad todo me daba pena. Debería estar en mis años de facultad, puede que fuera 2013 o 2014. Pero al escucharme decir eso, mi madre se puso roja.

—Yo también te amo, bebita, ya sabes que eres el milagro de tu papi y mío. 

El tiempo pasaba perfecto. Cada mirada de sorpresa, cada risa. Cada parada a un stand para preguntar precios y salir corriendo por lo caro que era todo. El caminar los tres de la mano, yo en medio, mi papá a la izquierda y mi mamá a la derecha se sentía irreal. De pronto paramos en un stand donde un joven asiático hacía tu nombre en Kanji. “Así que fue este año” pensé “cuando me sorprendieron con la hoja de mi nombre”

—Beba —dijo de repente mi mamá— acompáñame al baño, tu papá dice que nos espera. 

Me reí un poco ante su mentira. Siempre sabía como darme sorpresas. Aproveché el camino para platicar con ella. Le pregunté que le parecía todo, si estaba feliz y si se la estaba pasando bien. Pocas veces me daba el tiempo de preguntarle si disfrutaba hacer estas tonterías conmigo y como siempre su respuesta me calentó el corazón. 

—Si, amor, estoy contenta. Me gusta mucho verte emocionada con tus monillos y ver que te tomas fotos. Y siempre que vienes aquí te ves más contenta y hasta hiciste amigas nuevas. Me gusta verte disfrutando de tus gustos y que no te importe que en la escuela te molesten. 

—Bueno, hay personas que no maduran nunca y le tienen miedo a lo diferente.

Me quedé callada, un pensamiento me llegó de milagro, era ahora o nunca. 

—Por cierto, ma, hablando de diferente...—tragué saliva— tengo algo que decirte. 

En ese momento abrieron la puerta de un baño, mi confesión tendría que esperar un poco más. 

Cuando por fin salimos, nos tomamos de la mano y empezamos a caminar. 

—¿Que me ibas a decir?

—Bueno, se que si no te lo digo ahora me voy a arrepentir —suspiré— no se cuanto tiempo vas a estar conmigo y no me gustaría perderte sin haberte dicho esto antes. 

—Ay, mi vida, lo dices como si ya me fuera a morir, además tú siempre dices que voy a ser eterna, ¿no?

Tragué saliva de nuevo, no podía decirle nada, quien sabe si me despertaría o si algo malo pasará al hablar del futuro. 

—Yo se que siempre digo eso, pero nunca sabes, igual y yo me voy primero que tú. Mira, el punto es que...me gustan las niñas igual que me gustan los niños. O sea me gustan las mujeres y los hombres también y pues, soy bisexual. Se que vas a creer que es del diablo o que me voy a ir al infierno pero te juro que no es una fase o una chiflazón, te juro que me siento así desde...

—Eso ya lo sabía —dijo mirando al frente, sin dejar de caminar— lo supe cuando tuviste esa pelea con tu amiga Andrea. Me juraste que solo eran amigas, pero te conozco, Vero. Eres muy obvia y transparente. Yo sabía que te gustaba Andy, pero no te iba a presionar. 


Sentí como si me hubieran quitado una enorme y pesada mochila de la espalda. Tomé aire y suspiré haciendo ruido, como sabía que le causaba gracia.

—Puta madre, ya me puedo morir en paz.

—¡Grosera!, ¿no te da vergüenza? —tiró una carcajada— además sería al revés, ¿no?

—¿Que dijiste? 

—¡Mira ahí viene tu papá! 

Me soltó de la mano y se acercó a paso rápido a mi padre, dándole un pequeño beso en los labios. 

—A tu mamá se le ocurrió, ya sabes como te chifla.

—En la semana lo vamos a mandar enmarcar, ¿te gusta? 

Tomé el papel de pergamino lila en mis manos, era mi nombre en Kanji: 倍路仁加 y a un lado su versión en katakana: ベロニカ. 

—¡Me encanta! —la abracé— muchas gracias, mami, en serio te amo, te amo muchísimo. 

Me tomó de los hombros y me miró a los ojos. 

—Yo también te amo, beba y siempre te voy a amar. Nunca olvides eso, ¿si?, siempre vas a ser mi milagro, mi bebé, siempre voy a ser tu mamá. 

—Y mi mejor amiga —agregué.

—Cuídate mucho, nena.

—¿Que? —miré a mi alrededor, estábamos solas, el lugar había desaparecido por completo y nos rodeaba una luz rosada— no, por favor, no me hagas esto, quiero quedarme, no me dejes otra vez, te lo ruego.

—No llores, bebita —me dio un beso en la frente— es hora de despertar.


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