Sin. Cos.
Nos estamos riendo, es que no se puede evitar.
¿Cuánto tiempo odiándonos ya?, ¿dos?, ¿tres años?
Me revuelvo en mi asiento y me rasco la rodilla con fuerza, lo suficiente para dejarme tres marcas rojas en la piel.
No he dejado de morder el popote verde de mi café y te escucho a medias.
Que si las clases, la familia, los sobrinos, las primas, los papás, el trabajo.
Pero ya no te escucho, estoy pensando en alguien más, en otro, por eso me he reído, no por tus chistes malos y tu actitud de machito.
Curioso, ¿no?, que piense en él mientras tu intentas tomarme de la mano, mientras siento tu rodilla contra la mía, supongo que ya no estás para ser discreto. Es que no puedo evitarlo, la sonrisa del otro me gusta más, mucho, mucho más. ¿Y que decir de su voz? me sacudo los hombros porque me ha entrado un escalofrío recordándolo, no porque quiero que me pases el brazo por los hombros, ni porque tenga frío.
Fijo la mirada en un punto por encima de tu hombro, pero eres tan narcisista que no te das cuenta de que te he ignorado hace diez minutos ya.
Hago una mueca, tal vez he confundido las caras. Así que te digo que ya regreso y huyo al baño, me encierro en un cubículo y las manos me tiemblan cuando desbloqueo el celular.
Bastan unos cuantos golpeteos para abrir Instagram, teclear su nombre y ver sus historias.
No me había confundido. Las caras sonrientes, congeladas en la ventana que solo tiene vista al exterior, me lo confirman.
Salgo del baño, no he podido soltar el celular. Te regalo una sonrisa artificial, de esas que me salen perfectas.
Y esta vez dejo que me tomes de la mano cuando salimos del café, no me pierdo ni un detalle de la platica que no ha dejado de girar a tu alrededor desde hace horas. Pero sobre todo, dejo que me quites un mechón de pelo de la cara y me lo pongas detrás de la oreja; y me paro a propósito cerca de una mesa, para convencerle...convencerme, de que ha sido él quien me ha dejado ir.
Y que no he sido yo la que ha vuelto a ganarse un corazón roto en la maquina de peluches que está fuera del cine.
¿Cuánto tiempo odiándonos ya?, ¿dos?, ¿tres años?
Me revuelvo en mi asiento y me rasco la rodilla con fuerza, lo suficiente para dejarme tres marcas rojas en la piel.
No he dejado de morder el popote verde de mi café y te escucho a medias.
Que si las clases, la familia, los sobrinos, las primas, los papás, el trabajo.
Pero ya no te escucho, estoy pensando en alguien más, en otro, por eso me he reído, no por tus chistes malos y tu actitud de machito.
Curioso, ¿no?, que piense en él mientras tu intentas tomarme de la mano, mientras siento tu rodilla contra la mía, supongo que ya no estás para ser discreto. Es que no puedo evitarlo, la sonrisa del otro me gusta más, mucho, mucho más. ¿Y que decir de su voz? me sacudo los hombros porque me ha entrado un escalofrío recordándolo, no porque quiero que me pases el brazo por los hombros, ni porque tenga frío.
Fijo la mirada en un punto por encima de tu hombro, pero eres tan narcisista que no te das cuenta de que te he ignorado hace diez minutos ya.
Hago una mueca, tal vez he confundido las caras. Así que te digo que ya regreso y huyo al baño, me encierro en un cubículo y las manos me tiemblan cuando desbloqueo el celular.
Bastan unos cuantos golpeteos para abrir Instagram, teclear su nombre y ver sus historias.
No me había confundido. Las caras sonrientes, congeladas en la ventana que solo tiene vista al exterior, me lo confirman.
Salgo del baño, no he podido soltar el celular. Te regalo una sonrisa artificial, de esas que me salen perfectas.
Y esta vez dejo que me tomes de la mano cuando salimos del café, no me pierdo ni un detalle de la platica que no ha dejado de girar a tu alrededor desde hace horas. Pero sobre todo, dejo que me quites un mechón de pelo de la cara y me lo pongas detrás de la oreja; y me paro a propósito cerca de una mesa, para convencerle...convencerme, de que ha sido él quien me ha dejado ir.
Y que no he sido yo la que ha vuelto a ganarse un corazón roto en la maquina de peluches que está fuera del cine.
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