pe-relente

Todos se quieren hacer los buenos. Esto es solo un juego muy cruel.

Y es que por más que esas dos ciudades me hayan provocado heridas, al menos en una soy mas libre que en la otra.

Apenas se ha cumplido una semana y la garganta se me cierra en esta cuneta norteña, en este lago seco, hundido entre montañas.

Las campanas, anillos y vestidos blancos en promesa están apretujándome, me susurran y no me dejan dormir.

Fingir sonrisas es el menú principal todos los días y la pausa física se mantiene esperando en una habitación pintada de azul cielo y una cama con sabanas de color lila.


Tengo compañeros que huelen a madera recién pintada y un grupo de peluches que extrañaba como loca. El amor de mi vida, mi amante a distancia: mi cama; al menos está conmigo todas las noches, me abraza y me dice que me echó de menos, que el molde de mi cuerpo estaba ya a punto de borrarse.

Pero aunque esto suene bonito, sigue siendo un juego muy cruel.
Nunca pensé que las escenas de las pelis, esas donde el prota está inmóvil en un sitio y todo a su alrededor sigue corriendo y moviéndose, me pasaría a mí, se sentiría tan real.

Y, vale, de acuerdo, okay, se que sueno como la típica niña mimada y con problemas de primer mundo. Que cree que nada tiene solución  y que todo se está acabando y nada saldrá bien el día de mañana.

Pero es mi cabeza y mis sentimientos y nadie, ni mis amigos, ni la enmascarada familia que no escogí, van a entender.
Se que existen soluciones, se que la vida en esta ciudad y en cualquiera se basa en planear, en movimiento, en mas soluciones, pero a cada uno nos pesan nuestras dificultades y no necesito más regaños, ni sermones, ni platicas de gente listilla.

Necesito desintoxicarme y abrazos y sonrisas y compañía y bailes y fiestas y dar el primer paso, a mi paso.

Pero la cuneta solo se hunde más y extraño el desierto y el cielo despejado de Madrid. Extraño su libertad, la sencillez de salir de casa, cruzar la calle y tomarme un café.

Extraño el chirrido del metro al entrar al andén y la música a tope en mis audífonos.
Si, extraño esa ciudad que me lastimó y me reformó la madurez.


Lloro porque la extraño, pero no quiero volver, y la cuneta también me hace llorar, pero en cierta medida la necesitaba.

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