Diciembre con D de Dolor
Cuando mi madre vivía
nunca faltaba la comida en el refri.
Sobre todo en diciembre, se llenaba de dulces,
chocolates y pasteles.
Mamá odiaba los colores fríos en los pinos
y le gustaba ensuciarse el pants a la hora de arrodillarse y poner el paistle para el pesebre.
Cuando mi madre vivía
poníamos una Hello Kitty inflable afuera de la entrada de nuestra casa, porque a ella siempre le gusto y le gustaba todavía más hacerme sentir como una niña a pesar de que tuviera 19 o 20 años.
Cuando mi madre vivía, la casa vibraba.
Era como si la casa se hubiese ajustado a su cuerpo y forma. A su sonrisa afectuosa, sus carcajadas que hacían eco en las paredes y el esfuerzo que ponía en tenerme contenta.
La cocina siempre impecable para hacer los bolos de navidad. La mesa del comedor limpia y su sonrisa mientras envolvíamos regalos para su familia y la de mi padre.
Recuerdo que, cuando mi madre vivía, le reclamaba el porque daba regalos a gente que no los merecía. A tías groseras, primos ausentes y compañeras de trabajo que le caían mal.
Entonces sus manos se movían con destreza frente a mi y decía: "nunca está mal darle un detalle a una persona, les recuerdas que alguien los quiere. Aunque ellos no te den nada, tú te sientes bien dando un regalo. Te pone contenta ver sus caras de sorprendidos".
Mi madre murió un 12 de Diciembre, pero decimos que fue un 13 porque ese día la enterramos.
Ese año no hubo árbol, ni regalos, ni sonrisas.
La señora Mary, la de la limpieza, se quedo sin los jaboncitos que le gustaban.
Alejandro, el que le limpiaba la camioneta no recibió ropa para su niña recién nacida.
Su grupo de amigas no recibieron ni regalos, ni su risa, ni su presencia en la posada del trabajo.
Mi madre murió un día de Diciembre del 2015 y ese día se me apagó el alma y los ojos.
Dejé de admirar los arreglos navideños de las casas, de querer dar regalos y de querer abrazos que no fueran los suyos.
Mi corazón se endureció.
Ya no quise sacarme fotos en los centros comerciales, ni pasar horas viendo aparadores para encontrar el regalo perfecto. Ahora odio las luces navideñas, no me gustan los adornos de renos, ni hombres de nieve, ni esferas de colores
La casa nunca ha vuelto a ser la misma, la navidad perdió todo sentido espiritual y simbólico para mi.
Mi madre murió hace casi tres años y sigue pareciendo que soy la única, además de la casa que se ha tornado gris y triste, que la echamos en falta.
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