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Mostrando las entradas de octubre, 2018

Ganchos

Ya he colgado tu chamarra en mi armario. La sostuve entre mis manos una última vez y me forcé para no aspirar tu aroma. En vez de eso, la sacudí con fuerza por los hombros, la puse en un gancho y la colgué al final del todo. Junto a la pared helada de color morado. Donde viven las arañas y se junta el polvo y la humedad crece en invierno. Sí, ya he colgado tu chamarra. He liberado mis sentimientos, te he dejado a ti con esa carga. No te preocupes, se que no necesitas la chamarra de vuelta. Y los dos sabemos que ese reencuentro no se dará nunca más. Así que escribo esto para decirte que tu chamarra está bien cuidada. Será velada por ilusiones, por magia solitaria y por deseos inalcanzables. Ya puedo dar vuelta a la página, ya puedo olvidarme de ti. Porque "menos mal" he pensado muchas veces, "que no hubo nada": Ni un beso un abrazo un roce de manos ni mucho menos una caricia. He dado punto final a un capítulo secundario, de esos de relleno...

De domingos y gente guapa

Si te hablo de las luces. Me gustan: Como tú. Tocando la guitarra. Pensé que esto sería peor: Un suplicio. Pero corazón: te estás abriendo. Y me encanta  Me gusta Bajo La mirada Porque me ves Y veo que no soy invisible. No ante tus ojos. Gracias por abrirme paso a tu mundo. Por dejarme echar una ojeada mientras pasas la punta de los dedos por la cuerda de tu guitarra. Y haces una pausa.  Para un suspiro o un aliento placentero. Mientras la melodía suena y suena. Me doy cuenta de que si que me gustas igual de mucho. Y ese semblante concentrado que pones Y tu sudadera de color gris Y tus dedos largos y las venas que sobresalen de tus manos. El hueso de tu mano derecha El perfil de tu nariz El color de tu guitarra Y tu sonrisa... Todo tú: me gustas. Y esto no solo va de dulzuras. Me gustan tus miedos. Tus pausas. Tu sonrisa cuando quieres animar a otra persona. Tu forma de ingeniártelas  para arregl...

Mañanas de Mon

Son las dos de la mañana y no hemos parado de bailar. Ya siento el sudor en la parte baja del vestido pero a ti te da igual. Los giros que damos son dignos de un concurso, lo sé.  En ratos cierro los ojos, dejando que el taka taka taka de la salsa me llene hasta la sangre.  No llevo tacones, claro, de por si soy más alta, pero las luces de la pista y tu aroma me emborrachan.  Solo por eso vinimos a la boda de José, para echar pisto, cenar gratis y bailar un rato, que para discotecas no hay tiempo ni dinero. La voz de Mon Laferte grita con ganas y yo te miro directo a los ojos en el último giro: estás sudado, la corbata aflojada y sonríes, con tus ojos chiquitos; entonces suelto una carcajada y me paro en seco y te beso.  Me besas como en las pelis, me tomas de la cintura, te agachas y yo me aferro a tu cara, tan suave que la tocaría veinticuatro horas y de a gratis. Escucho aplausos, quizás son para nosotros o para la música que ha dejad...

Elio

Esta noche soy Elio.  Hundo la cara en tu prenda Me froto las mejillas contra esta. Por fin, por fin se a que hueles: Tabaco Café quemado Tierra mojada Hierba quemada Tronco húmedo También hueles a paz A vida Risas Sonrisas de lado Barba de tres días Ojos chiquitos cuando te ríes Parpadear rápido tres veces. Miradas fijas que quieren decir algo. Hueles mejor de lo que llegué a pensar.  Y tus manos, oh, tus manos, son un regalo de los dioses. Tus manos tibias, suaves, duras en unas partes, la manera en la que aproveché para acarícialas porque no sabría decir si eso se repetirá.  Así que entre saber a qué hueles y acariciarte las manos: me siento Elio. Con la diferencia de que tu prenda está encima de la mesa al lado de mi cama, porque no quiero que se le vaya tu aroma.

Tú: en viernes.

Estoy en la cochera de casa y llevo tu chamarra puesta.  Me apoyo contra el auto de color blanco y me cruzo de brazos.  Cierro los ojos y paso la nariz por la tela de color negro. No me queda, ni me cierra, pero me mantiene tibia. Por fin se a que hueles, por fin los dioses me bendijeron con tu aroma.  También con tus tres parpadeos mágicos Tu perfil mientras tocas la guitarra Y los dedos de tus manos que son ahora mi cosa favorita; no después de tu sonrisa claro y la manera en la que tus ojos se cierran cuando sonríes mucho. Suspiro y miro al otro lado de la calle, por la luz mercurial se ve la pelusilla de agua que cae sobre el pavimento. Y yo suelto otro suspiro, pareciera que el aroma de tu chamarra no quiere irse, tampoco mezclarse con el mío. Y es que no quiero. Quiero ilusionarme un poco más, abrazarla cuando nadie me ve y volverla a dejar encima de la mesa. Escucho las llantas de los autos derrapando, los grillos y a los perros de la c...

Date cuenta

Ya me cansé. Estoy harta.  Cansada. De estos juegos de millenials. De los likes, los compartidos Los vistos y las palabras cifradas. Estoy hasta los ovarios De los mensajes con doble sentido Del miedo Del prejuicio De las heridas Del tiempo. Estoy harta de las dudas. Del coqueteo artificial. De los screenshots. Las apuestas. La soledad virtual. Y el amor encerrado en una caja de metal. Harta.  De que mi ansiedad tome el control. Y de que la gama de azules de redes sociales Me ponga la soga al cuello. Así que hasta nunca, me despido. Búscame, si te atreves, en el café etnia. En los lugares que me gustan. O envíame una carta. O dedícame una canción de Agustín Lara, Bien sabes que me gustan. Pero si no, dame por perdida.  O puede en realidad, que yo hace mucho,  me rendí al buscarte. 

Muertos

Quiero morir en Ámsterdam. Con su frío de inicio de año. Sus mujeres de pelo blanco y  sus hombres con mandíbula perfecta. Quiero morir en Ámsterdam. Mientras veo la nieve por la ventana de mi casita de tres pisos. Mientras cierro los ojos, meciéndome en un sofá de color rojo vino; quiero morir escuchando las llantas de las bicicletas derrapando por la lluvia.  Quiero morir en Ámsterdam. Escuchando el golpeteo del agua en los canales, viendo a los turistas haciendo fila para los museos. Quiero morir allí, en mi habitación, la que está al fondo a la izquierda, la de puerta azul. Quiero despedirme en esa ciudad de arte, de frío, de humillación. En esa ciudad de magia, drogas legales, prostitutas iluminadas en neón amarillento y el olor a podrido de las calles. Si, quiero morir en Ámsterdam. Mientras suena la música de los Smiths en mi tocadiscos y alguna enfermedad me consume postrada en cama. Si, quiero morir ahí, en Ámsterdam, donde ellos do...