Entradas

Mostrando las entradas de diciembre, 2017

Otra vez

Me senté al lado de ella antes de que se fuera. Hacía un fresco rico en Monterrey, nada que ver con el horrendo aire glacial de Madrid. Mi padre estaba terminando de limpiar la cocina y nosotras nos habíamos dejado caer en el sofá.  La sala olía a hoja de tamal recalentada, café con leche y cera de vela. Crucé los brazos encima de mis pechos y me acurruqué contra su cuerpo. El suéter negro que llevaba puesto olía a humedad y polvo. Nunca he sabido bien a que huele ella, tal vez porque de ella no me atrae su aroma, sino lo que me hace sentir.  Nunca se lo he dicho, pero me siento protegida, mimada, como si sus abrazos pudiesen borrarme todas las heridas y un roce de nuestros cuerpos me llevara a tiempos más felices. La quiero mucho, carajo, la quiero mucho.  Pero no puedo dar otro paso en falso, no quiero formar promesas que no se van a cumplir, no porque no quiera; es que los kilómetros y el mar son demasiado.  Así que me conformo con tenerla por un...

Planta

La noche de nuestro primer aniversario, Antonio derramó su copa de vino sobre los chiles en nogada.  Agarré una servilleta p ero mi amor ya estaba limpiando los restos del vino derramado y no me atreví a interrumpirlo.  Era tan atento, mi amor bello.  Nos habíamos conocido en el funeral de mi tía Norberta, él llevaba su traje de divorciado impecable y yo mi vestido de luto recién planchado. Mi amor se volvió a sentar a la mesa; le sudaban las manos y la frente le chorreaba como si hubiese corrido dos kilómetros sin parar. Pobrecito, mi amor.  A veces me preocupaba ver como iba perdiendo el color y le temblaban las piernas cuando caminaba. Pero el médico dijo que no era nada, que era el hombre de cincuenta años más sano que había atendido. Entonces, cuando por fin le dejaron de sudar las manos me levanté de la mesa para ofrecerle una taza de tecito; porque bien raro, tía Norberta tenía un jarrón lleno de florecillas blancas con bolitas espinosas y desd...

Cosas que no tienen nada que ver

No puedes, lo sabes. Encapricharte de nadie.  ¿Y que me dices de la extraña del cabello largo?, esa que te sonrió y tú le devolviste la sonrisa. Bueno de ella sí. ¿Y? No, no abuses, no la saques a tema, lo tienes prohibido, mejor dicho, lo tenemos. Porque me envenenas con tus locuras y no hay nadie quien me cure luego. Pero, ¿te gusta? ¿Que cosa? Eso. El corazón acelereado, las manos sudadas, los secretos. No.  ¿Y que me dices de sus ojos?, ¿no te gustan? Ni siquiera sabes de que color son en realidad. Entonces su pelo, debe de gustarte. Es del montón. Y su cuerpo, ¿no es precioso?, sus caderas y pechos son ideales. Y los escalofríos, esos me gustan, son mi parte favorita. También el suspirar por ella, porque sabes que no está a tu alcance, sabes que solo la tendrás de lejos.  Tienes razón, solo será de lejos. De lejos, sí. Sí, de lejos, todo se vuelve más seguro estando lejos.

Fragmentos

Tengo los ojos cerrados y aún así puedo verlo. El interminable camino morado. No tiene fin, tampoco recuerdo donde está el principio.  Estoy parada en medio del camino y siento un vacío, como cuando acabas un libro en una noche o ves una ciudad por la ventana de un avión, sabiendo que nunca volverás. No hay arboles, ni cielo, solo viento y una inmensidad morada.  Me pregunto si algún día seré como ellos, como el resto; con vidas interesantes y anécdotas que contar. Me pregunto si dejaré de ser este ser aburrido y monótono en el que me he transformado. Tan predecible, tranquilo y pasivo. Es imposible no compararme, estamos en plenos veintes y mientras ellos tienen sexo un viernes por la noche yo leo un libro; ellos tienen citas y yo salgo sola a caminar; se van de fiesta y yo me duermo temprano.  Prestó atención al camino morado

Canciones malas

Es una canción patética, de esas que jamás le dedicarías a nadie.  Pero vuelvo a vernos, a las cuatro. Nos veo riéndonos en el sofá, bailando al ritmo de esas tontas canciones. Tirando carcajadas para luego recordar que los vecinos las van a regalar por el ruido.  Y la veo a ella, con su melena color avellana y su figura de bailarina. Moviendo las caderas y haciendo el tonto, imitando las voces de los tipos que cantan.  Y yo me parto de risa, esa que no se esfuerza  porque entre a un mundo sin dar empujones, claro, por ti, pero entré. Y la otra, la de sonrisa de niña inocente nos señala mientras tararea la letra de la canción. Lanzándonos indirectas, porque “ay las amo, yo quiero, son goals” y yo me siento orgullosa de mi misma, porque se que soy la mejor novia del mundo; porque entre detalles, flores, huidas de madrugada para visitarte, me crece el ego al ver que la gente lo nota; que al final ser buena si es interesante.  Y por un momento congelo esa i...

11 días

Deslizo el dedo por la pantalla sin ver los mensajes. ¿Como lo hacen?, ¿no les incomoda?  Me fuerzo a ver la foto, porque estoy demasiado lejos para fingir que no me importa y porque a quien veo no es al abuelo.  Es ella, con su pelo corto, con su suéter blanco de triángulos azules. Veo una tarde de un mes que ya no recuerdo; también a mi yo de viente años leyendo ese libro de portada azul.  Levanto la vista del libro y me sonríe. Se que está sufriendo, se que le duele, pero siempre sonríe. Me pide que le saque una foto; le digo que no; insiste porque dice que quiere recordarse así, que le dará ánimos. Así que sacó el iPod de mi bolso y hago la foto.  Todos tienen la misma mirada, párpados caídos, como si fueses a echarse a dormir; la misma postura, como si ese estúpido sofá amarillento no estuviese lleno de almas, de recuerdos, de gritos reprimidos y restos de vomito.  Como si la mitad de los que sentaron ahí no estuvieran muertos.  ...

Por encargo

Este cuento lo hice para el mejor amigo de uno de mis primos, que está en Colombia. Nunca nadie me había pedido algo así. Me puse muy nerviosa cuando lo estaba escribiendo, jajaja en fin. En esto resultó.

Sin edición

Ahora entiendes. Sus ojos de caleidoscopio te desarman.  Ese pelo rizado, otras veces lacio y unas cuantas inexistente te hacen detenerte a mirar; unos segundos de mas, los suficientes para que ella no te descubra.  Es que es tan bonita, tan guapa.  La forma en que le sonríe a sus amigas, como se le iluminan los ojos por un chiste que leyó en tuiter o la cara de traviesa que hace al ver a un extraño leyendo su libro favorito.   Así es ella; son ellas.  Ese mar de perfumes en el vagón del metro, esos labios que sirven de lienzo para jugar.  Te gustan así; en sus modos de vestir, en tacones o zapatos, en pijama, con abrigo y vestido. Imperfectas, valientes, no temen nada, ya no esconden las Amazonas que llevan dentro.  Imposibles, piezas de arte, tus noches estrelladas y habitaciones en otros rincones del mundo.  Podrías besarlas, a cada una; recorrerles la cara con la punta de los dedos, besarles el pelo, morderles la piel. Enc...