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Ediciones de Agosto

 Antes me daba mucho miedo ver el reloj de madrugada.  Sabía que si levantaba el celular, serían las dos o tres de la mañana, que al día siguiente, mi cuerpo se quejaría por el dolor de cuerpo, la piel seca, las ojeras y el hambre. Sabía que si miraba el reloj podían pasar dos cosas, o se vendrían recuerdos vergonzosos de hace años o me cansaría de no pensar en nada y ver el techo, que caería dormida sin darme cuenta. Y aunque el insomnio no le llegaba ni a los talones a la pesadilla de hace un año; al llanto, el miedo, la taquicardia, el cuerpo duro y la ansiedad; era igual de frustrante ver aclarar el cielo por entre mis cortinas. Pero hoy, anoche, ver que van dando las dos o tres de la mañana se siente distinto.  Los ojos no me pican, el estomago no me hace ruidos, la cabeza apenas y me duele y el bulto de mis peluches contra mi cuerpo no me desespera.  Ahora me acomodo entre mis peluches, abrazándolos porque tus letras me atraviesan el corazón, mis lágrimas son por alegría; por atr

Espumas y ríos de estrella

 A veces no puedo evitarlo. Se me olvida que sufro de ansiedad.  La vida se siente tan tranquila, tan buena. Todos los colores los puedo probar, escuchar.  El rosa me sabe a mar y el azul a algodón de azúcar.  Mis noches ya no se definen por el insomnio y mis días ya no se sienten como algo con lo que tengo que cargar.  No me interesa, ni me importa, decir que mi vida ha cambiado porque llegaste a ella, porque se que eso no me hace dependiente ni mucho menos adicta a ti. No, en realidad, mi vida estaba bien, iba sanando, regando manchas de sangre en el camino, pero sanando.  Sané en modo físico, dejando ir los kilos de tristeza, soledad, nostalgia y dolor que me había comido.  Sané en mis emociones, me di cuenta de lo que valgo, que no me merezco nada que no sea lo mejor. Que los amigos que merecen estar en mi vida son los que no huyen al mínimo problema y que los amantes que tuviesen la suerte de llegar a mi vida sería por que yo lo permití, no porque me echaron las puertas del corazó

Impregnados

Estoy sentada en la mesa de al lado y siento ganas de llorar. El café está solo. Los baristas de su lado de la barra y yo sentada en la mesa doble trabajando. Estaba tan centrada en mis pendientes, tan hundida en acabar para poder irme a casa y dormir que, por un momento, te lo juro y no te ofendas, que por un microsegundo, olvidé donde estaba. Así que miro a la mesa de al lado y me dan ganas de llorar. Me veo a mí, con el pelo algo despeinado y más largo de lo que lo llevo ahora. Tengo puesto mi jumper de color melón y la bolsa de color naranja encima de la mesa. Estoy sentada con una postura terrible y no puedo dejar de verte a los ojos. También te veo a ti, con tus ojitos chiquitos, víctimas del aumento de tus lentes. Lleva una camisa blanca con adornos negros y la cadena que dijiste era de un pantalón. Veo tu pelo alborotado y el brillito de tus brackets. Te veo recibiendo la bebida de mazapán y a mi emocionada por invitar la merienda. Pensábamos que solo sería una meri

Payasos

  Cuando era pequeña les tenía miedo a los payasos, pero nunca entendí el por qué. No recuerdo haber visto ninguna película de terror, tampoco tuve hermanos que me encerraran en un baño a oscuras gritándome del otro lado de la puerta que el payaso IT iría por mí. Mis padres no me dejaban leer cuentos de terror y mucho menos escuchar la mano peluda en la radio. En realidad, mis padres eran personas muy religiosas y tenían la creencia de que cualquier tema paranormal, de terror, místico o desconocido, solo era una puerta para que el demonio entrara a nuestro sagrado hogar católico a turbar nuestros sueños. Desde los tres hasta los seis años, mis padres tenían la manía de contratar un payaso para mis fiestas. Ahora que soy adulta, supongo que era porque los payasos son personas de Dios, diversiones amenas y santas para los hijos pequeños de familias tradicionales. No decían groserías ni hacían chistes de doble sentido, no eran señoras de cuarenta años vestidas de muñecas de porcelana, n

Cassiopeia

  Jamás había sentido esto antes. El pecho me palpita, es como si no pudiera respirar. ¿Ansiedad? no, no puede ser eso. La ansiedad es como si me golpearan en la garganta, como si el mundo fuera a venirse encima de mi y yo estuviera atada de manos y piernas. Esto es...raro, diferente, nuevo, muy nuevo. Antes he estado enamorada. Pero nada se sentía como esto. Había experimentado el rush de adrenalina, la conformidad de que alguien me quería a su lado de forma instantánea y que eso, por alguna razón estaba bien. Me sentía feliz, poco convencida de que aquello iba a durar, pero feliz. Nunca sentí lo que me está pasando ahora. Pupilas dilatadas, respiración entrecortada, una especie de presión en el estómago y ganas de querer salir corriendo a besarte, solo besarte y sentirte cerca, por un minuto o media hora, para volver a casa y dormir con el corazón calentito. Nunca había sentido el miedo de perder a una persona; sabía que otras historias iban a terminar y que no importaba si fu

Cielo estrellado

S e que no me creerías si te digo que no podría hacer esto con alguien más. Que no podría atreverme a ser tal cual soy. Me moriría de vergüenza al contar mis deseos, mis secretos; no podría decirle a otra persona que he estado viviendo más de fantasías e ilusiones que de sexo y mucho menos podría confesar las cosas que he hecho sola, tanto en el silencio de mi cama como en público. Me quedaría callada y con las calcetas puestas en verano. Sería incapaz de contar lo que me avergüenza de mi cuerpo; las estrías, cicatrices, manchas y marcas en mi piel. Guardaría en la caja de mi silencio los deseos que me pican como hormigas rojas y le bajaría al tono de mi risa. No podría hablar con groserías ni contar sobre las personas que he perdido.  Miraría hacia abajo todo el tiempo, caminaria en silencio y no me atrevería a soltar manotazos o gritos mientras hablo sobre mis pasiones. Estando en un café jamás podría inclinarme un poco y esperar a que me dieran un beso.  También podría decir que

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  Nadie debería llorar en su cumpleaños. Mucho menos sentados en la taza del baño mientras estan meando. Y por alguna razón, el baño siempre me ha parecido un lugar reconfortante o al menos mi baño. Sus tonos de blanco, el silencio a cualquier hora, los tri tri tri de los grillos en la madrugada y la incapacidad de que alguien entre aun teniendo la puerta sin seguro, es algo que me calma. Ya antes he estado sentada en el suelo del baño por horas,en días tristes, raros, haciéndome daño, llorando, pensando en la nada; viendo el celular, teniendo ataques de pánico o mandado mensajes a mis amigos. Y hoy o ayer que fue mi cumple años, no pensé que fuera a necesitar pasar un rato aquí aislada. Dándome cuenta de que la ausencia de mi madre y sus gestos; sus regalos, sorpresas, voz y sonrisa; duelen un poco menos cada año. Aquí, sentada ahora en el suelo, recuerdo los globos de colores, el cuarto decorado, el pastel mandado a hacer con algo que me gustara, recuerdo los regalos, la emoción,