Luego de un tiempo: sin nada.
No sirvo para el amor.
Siempre se lo que quiero, siempre estoy segura de a donde quiero ir.
Me toca ser el durazno maduro y dulce; que cuida, abraza, besa y cura; me toca ser la fruta que dejan al último porque sabe mejor.
Y muchos se confunden, creen que ser la última es un privilegio.
Pero ser la última significa a veces quedarse olvidada, por ser la última, lo suave se tuerce y salen pelitos blancos.
Se aprecia tanto el color y se le cuida tanto que se le abandona.
Así que por eso no sirvo para el amor, siempre estoy segura de mi cuerpo, de mi deseo sexual, de lo que me gusta que me hagan y de lo que no.
Soy buena escuchando, amando, mi paciencia es impecable.
Y me quedo a tejer por las noches los miedos de mis amantes, que quieren salir disparados, pero solo los tomo de la cola y los empiezo a entrelazar.
Así me engaño, pensando que una zurcida contendrá el miedo, la inseguridad, la pereza, la falta de querer salir adelante.
Malamente, pienso que puedo ayudar a alguien a sanar, solo porque ellos me ayudaron a sanar a mi. Pero nada de esto es justo y por eso no funciono para el amor.
Así que, mientras siga sin funcionar, me quedaré en el frutero, echándome a perder en el sol, esperando a morir o esperando a que alguien esté lo suficientemente loco, para comerse un durazno podrido.
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