Terminamos en Ámsterdam.

No he vuelto a escuchar esta canción desde que fui a Ámsterdam. 

Y estoy pensando. Igual que aquella tarde en la banca. En la que el mundo se quedó en pausa y el frío de enero me traspasaba el gorro, cuando el agua de los canales golpeteaba contra el asfalto y las ruedas de las bicis pasaban salpicando agua detrás de mi. 

Si, esta canción no la escucho todo el tiempo. Solo en días, noches, horas y meses tristes. 
La escucho cuando recuerdo, para olvidar, para sentir. 

[—Es que no puedo, no soy capaz de cuidarte.

—¡No te estoy pidiendo que me cuides! solo que estes ahí. 

Y me hundí en la vergüenza. 

—Ya no me pasa, te lo prometo, es cada seis meses, estoy en terapia, podré controlar mi ansiedad, te lo prometo. 

—No es eso, cuidé tanto de mamá cuando era niña que volver a cuidar de alguien más es imposible. 

—Me he emborrachado. Una sola vez. ¡Nunca lo hago! 

—Ya, bueno. No es solo eso. No se que quiero, ni donde estoy, soy una niña, tengo doce años, mentales, ya te había dicho. No puedo estar contigo, ni con nadie en realidad, tengo que resolver mucha mierda yo sola. Pero podemos seguir nuestra amistad.

No te lo dije. Te sigo expiando. Así que lo digo hoy: no necesito más amigos].

La canción está en repeat. 
Y siempre me lleva lejos, a esa mañana de Enero. En la que luego de ser destruida emocionalmente, tras ser desgarrada y manejada como niña pequeña, sentí que el mundo estaba en paz conmigo. Que nadie me quitaría ese sueño, ni siquiera los eruditos ancestrales. 

Pero estoy hablando tonterías. Y puedo verlo, mientras escribo, te juro que puedo verlo. 
Son las nueve de la mañana. Amsterdam sigue durmiendo. Estoy sentada con las piernas cruzadas, en una banca gastada, húmeda, llena de firmas y candados, de listones y besos fantasmas. 

Se supone que la gente va allí a besarse, a susurrase frases aprendidas y regalarse futuro o despedirse para siempre.

Pero estoy sola y se siente bien y se siente mal y se siente vacío. 

Y empieza a llover, no llevo paraguas, el cielo está lleno de nubes grises, la neblina aún no se levanta. 

Y hace frío, mucho, pero me gusta como se siente; y la lluvia mojándome el pelo y la cara y lo que siento. 

Pestañeo. 


La canción sigue sonando, y suena y suena y suena.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Un verano

Fragmentos

Confesiones incómodas a Mamá